BOSNIA-HERZEGOVINA
Noviembre de 2023
En Novi Grad cambio euros por
marcos bosnios a 1:2 el cambio. No va a ser complicado calcular el precio de
las cosas en Bosnia; precios, por otra parte, considerablemente más bajos que en Eslovenia
y Croacia, pues pasando un puesto de comida rápida veo que venden hamburguesas
a tres marcos: un euro con cincuenta.
Por las calles comienzan a
aparecer banderas con los colores de la bandera rusa– aquí se apoya
a Rusia- pienso yo, pero en realidad son los colores de la bandera de la
República Srpska, una de las dos entidades en que se divide Bosnia-Herzegovina.
Aparecen también las primeras mezquitas, y por primera vez escucho el Adhan,
el llamado a la oración para los fieles.
En 1992 la guerra de los Balcanes fragmentó a la antigua y comunista Yugoslavia en cinco nuevos países: Eslovenia, Croacia, Serbia y Montenegro, actualmente dos países independientes al que habría que sumar el parcialmente reconocido estado de Kosovo, Macedonia del Norte y Bosnia-Herzegovina.
Bosnia fue el epicentro de la contienda, pues reflejaba toda la diversidad cultural y religiosa de la república de Yugoslavia. Un país donde conviven bosnio-croatas (15% de la población), de mayoría católica y que nunca “tragaron” del todo con el comunismo soviético; serbo-bosnios (35% del total), de mayoría ortodoxa y tradicionalmente con mayor relevancia en el país por su proximidad cultural con Rusia y por el establecimiento de la antigua capital yugoslava en Belgrado; y para terminar, los bosnios musulmanes descendientes del Imperio Otomano que permanecieron aquí después de su desintegración en 1918 y que suponen el 50% de la población en Bosnia. Tras la independencia de Eslovenia y Croacia, los serbios iniciaron una invasión con el objetivo de crear un único país para todos los serbios y serbo-bosnios.
Cuando hace unos días consultaba
los requisitos de entrada a Bosnia, se apuntaba desde Asuntos Exteriores que es
necesario, o así lo entendí yo, registrarse en una comisaría de la policía en
las 24 horas posteriores a la entrada en el país. Entro pues a una de ellas y
un policía me atiende en inglés.
- ¿Es necesario registrarse siendo
extranjero? Acabo de entrar al país
- Emm, si. Dime cuántos días vas a estar y
desde qué ciudad vas a abandonar el país
- Aún no se los días, voy hacia Mostar.
- Entonces mejor regístrate allí, hay un
consulado español
- Creo que llegaré en dos semanas
- ¿¡Dos semanas!? ¿es que vas andando?
- En bicicleta
- Jajaja, mira chaval – parece decir- tú no necesitas registrarte, lo que necesitas es buena suerte.
Camino a Prijedor, la primera
ciudad que visitaré en el nuevo país, empiezo a notar vaivenes en la rueda
trasera. Paro a comprobar y veo que la llanta está agrietada por la base de uno
de los radios, tanto peso empieza a pasar factura y todo apunta a un cambio de
llanta.
En el taller de Danjel confirmo
lo que ya sabía: hay que cambiar la llanta, lo que no sabía es que la cadena ha
empezado a tomar holgura y ha desgastado los dientes de los platos delanteros.
Danjel me recomienda cambiarlo todo si mi viaje se va a alargar. Creo que es al
ver mi cara de espanto tras enterarme del sablazo al bolsillo, cuando saca una
botella de alcohol que vierte en un vaso de chupito. Son las diez de la mañana.
- ¿Qué es esto? – pregunto - huele a rayos
- Rakia, serbian drink, bebe
Tomo un trago de la asquerosa bebida, parecida
al Vodka, y vuelve a llenarme otro vasito.
- No, no quiero más
- Tienes que beber - lo tomo y sirve otro
- No, no, esto está asqueroso
- Tienes que beber – repite como quien ha
escuchado esas palabras toda la vida
Medio borracho salgo del taller
y dejo a Danjel trabajar. En la ciudad empiezo a reconocer el cierto atraso de
Bosnia respecto de los países que vengo recorriendo: edificios de apartamentos sombríos y deteriorados y muchos coches viejos, entre los que destacan los Lada
Niva y los primeros modelos del Seat Ibiza. Especialmente llamativa es la
cantidad de casas de apuestas que hay, ya abiertas a media mañana, incluso los
bares y gasolineras tienen una sala a parte dedicada al juego.
Cuando Danjel acaba con la
bicicleta, dejándola perfecta, me invita a tomar unas cervezas y compruebo
también el trato hacia la mujer en Bosnia.
-¿Te gusta Natalia? Buen culo eh– dice
refiriéndose a la camarera
- Es guapa sí
Nos atiende un camarero
- Tres cervezas, pero queremos que las
traiga Natalia
Natalia llega a la mesa y entre
risas incómodas nos sirve las cervezas
- No se la ve muy contenta – le digo
- La verdad… es que intentó suicidarse la
semana pasada.
A nosotros se ha unido también un
amigo de Danjel, musulmán.
-Este es mi amigo. Yo le llamo “el refugiado”, vive en Sanski Most, allí son musulmanes todos.
Será la única vez que vea a musulmanes y serbios junto a una mesa. Pasado un rato, Danjel deja de exhibir su artillería.
- ¿Dónde vas a dormir hoy?
- Iré a acampar fuera de la ciudad, esta
noche no hace frío
- Ven a mi casa. Deja que vaya primero a
recoger a los niños y decírselo a mi familia, te espero allí en una hora. - me
apunto su dirección.
Para hacer tiempo y bajar la borrachera voy a una panadería que estuve en la mañana a tomar un café. Nada más entrar me da la risa, que se le contagia a la panadera. Las carcajadas van en aumento y la panadería se convierte en la casa de la risa hasta que la dueña llega y corta un poco el ambiente festivo. No sé el motivo de la risa, qué importa.
Después del rakia de la mañana y
la cerveza de la tarde, olvido que no tengo roaming y Google maps no
funciona. Empiezo a dar vueltas por la ciudad buscando el nombre de la calle,
hasta que asumo que en este estado no la encontraré jamás. Paro a pedir wifi en
una gasolinera donde por suerte conocen a Danjel, lo llaman y viene a buscarme
en coche.
Al entrar a su casa, y después de
quitarnos los zapatos para no pisar la moqueta, advierte:
-Está un poco borracho
Por la mañana, el padre de Danjel
me ofrece café turco, con posos en el fondo de la taza, y un chupito de rakia
que rechazo. Me mira sorprendido.
- Tienes que beber – repite Danjel
- ¡Son las siete de la mañana!
Antes de salir, la familia de Danjel me da una bolsa con comida y una pequeña botella de agua. Al olerla compruebo, es rakia.
Salgo a pedalear en paralelo al
rio Sana, en dirección Sur por primera vez en este viaje, con un fuerte viento
en contra que ha soplado toda la noche, unos atípicos veinte grados y algo de
resaca. Paro a tomar un café en un bar a media mañana, a resguardo del
fortísimo viento, uno de esos bares con una sala a parte para apuestas donde
hay hasta una ruleta rusa.
Empiezan a aparecen pequeños pueblos donde las mezquitas toman cada vez mayor protagonismo y también los cementerios, ubicados en pleno centro. Me llama la atención algunos de los nombres en las lápidas, nombres como: Causevic Mehmed, Besic Ibrahim o Merhuma Vajuikovic. Pasado el cementerio aparece la mezquita y curioseando me topo con una puerta exterior con un letrero donde se lee la palabra “Gasulhana”. Abro lentamente, el panorama no deja lugar a dudas: algo con forma humana, que supongo no es real, está envuelto en una sábana y recostado sobre una camilla, en la habitación hay grifos de ducha y sumideros en el suelo: es el lugar donde limpian y preparan los cadáveres antes de enterrarlos. Apenas unos segundos y cierro la puerta.
Entro a la pequeña mezquita, por
primera vez en mi vida, y encuentro una antesala con un mueble lleno de zapatos
y una pila alargada, por la cantidad de zapatos intuyo que hay gente dentro.
Salgo un momento y salen unos cincuenta hombres de todas las edades, me miran.
- ¿qué hace este aquí? - parecen pensar. Una vez se dispersan, vuelvo a entrar
y paso al Haram, la sala de oración.
Un silencio sobrecogedor inunda
la sala, limpia y pulcra hasta el último rincón. El suelo está ocupado en su
totalidad por una moqueta roja con hileras de mosaicos en los márgenes y uno redondo
y hermoso en el centro, justo debajo de la enorme lámpara que cuelga del alto
techo. Apenas una pequeña estantería con libros, un pequeño recoveco en el
centro de la pared principal, el mihrab, lugar habitual de ubicación del
imam que indica la dirección a la Meca; unos escalones que conducen al
púlpito, el minbar, desde donde se oficia la predicación de los viernes.
El reloj situado en la pared de enfrente le da incluso un toque acogedor y
hogareño. Acostumbrado a las recargadas iglesias, este me parece un remanso de
paz. Impresionado por el lugar, me siento en el suelo y paso allí en torno a
media hora, en silencio.
En la ciudad de Sanski Most, de mayoría musulmana, vuelvo a visitar la enorme mezquita de Hamza-Begova, rodeada por cuatro minaretes que vociferan el llamado a la oración por toda la ciudad. Cuando termina el Adhan, los hombres van llenando poco a poco la sala distribuyéndose sin orden aparente sobre la moqueta verde. Yo me quedo en los bancos que hay junto a la puerta, reservados para los mayores. Empiezan el rezo colocándose las manos detrás de las orejas, simulando que han escuchado la llamada; después se repiten varias postraciones susurrando las palabras “Allah akbar”, primero una, vuelven a ponerse de pie, ídem y tres postraciones más desde el suelo. Pasados unos minutos se reúnen en fila justo detrás del imam y realizan algunas más, todos a la vez; miran a izquierda y derecha, una última postración, “Allah Akbar” y el rezo termina.
Avanza el día y el viento sopla
cada vez más fuerte: si me da de lado me zarandea y debo agarrar fuerte el
manillar para no irme al suelo, si da de frente pedalear es una tortura y si da
de espaldas… bueno, es maravilloso. Poner la tienda hoy puede ser sinónimo de
salir volando, así que en un pequeño pueblo pido lugar para dormir en la
mezquita y poner aprueba los escritos del Corán acerca de ayudar al forastero.
Dia completo con lo mismo.
La mezquita está cerrada y un
hombre que deambula por allí se interesa por mi destino. Le cuento que quería
pedir permiso para dormir.
-Pregunta en esa casa – dice señalando una
casa contigua a la mezquita.
Toco a la puerta y me abre una
mujer con el cabello cubierto por un hijab. Le explico, llama su hijo
que habla inglés, yo creía que iba a cerrar de inmediato. Cuando sale Mensur
aparece también su padre, el efendila, algo así como el
encargado de la mezquita, que se sorprende al verme, incluso desconfía diría
yo, pero aun y todo acepta ayudarme. Se va en el coche a buscar a alguien,
mientras Jamila me invita a pasar. A los minutos vuelve y me saluda de nuevo,
llevándose la mano al corazón. Parece que el imam no está muy de acuerdo con mi
petición, por el contrario, me invitan a dormir en la casa.
Después de la cena, Mensur, de 18
años, se ofrece enseñarme la mezquita: no hay dos sin tres.
-La parte de arriba del haram está
reservada a las mujeres. No suelen coincidir con los hombres, y si lo hacen
éstos no deben verlas, pero si ellas los ven no pasa nada.
Al salir, pasamos de nuevo por
una puerta con la palabra “Gasulhana”.
-¿Para qué es esa habitación? – pregunto como quien no lo sabe.
- Ah, es para lavar los cuerpos de los
muertos. Si el muerto es hombre lo lavan los hombres e igual para las mujeres,
mis padres siempre suelen estar. Si quieres abro la puerta, pero yo no entro.
- ¿Por qué?
- Por ahí vagan muchos espíritus, algunas
personas se quedan con asuntos pendientes. Yo creo mucho en esas cosas.
El fuerte viento sigue circulando
por las calles y decidimos llevar la bicicleta al garage. Le muestro la
botellita que me dio Danjel
-¿¡Es rakia!? – dice como quien acaba de
saber que el alcohol existe.
De nuevo dentro de la casa
-En los Balcanes se bebe mucho. Mis amigos
llegan borrachos a clase desde por la mañana, sus padres les dicen…
- Si, que tienen que beber.
- Les dicen que es para que se hagan
hombres
Sus padres, que habían salido,
vuelven a casa. Jamila saca chocolate y degusta un cuadrito con todo el
sentido. Su padre me muestra orgulloso una biblioteca que ocupa toda una
habitación con libros de religión, incluso me muestra una Biblia en árabe.
-Estos libros estaban en la mezquita.
Cuando llegó la guerra querían quemarlos, así que fui corriendo y me los traje
aquí – dice orgulloso.
Mientras vemos una serie en la
televisión me sigue hablando
-Este es Barbarrosa, un guerrero turco,
fue el mejor guerrero de la Edad Media – dice mientras el tipo corta cuellos y
tripas con su espada.
A la hora de dormir, los padres
de Mensur me ofrecen la cama de matrimonio y ellos duermen en el suelo del
salón.
Por la mañana su padre lee el
Corán en el salón y yo salgo a preparar la bicicleta. Antes de salir pido a
Mensur tomarnos una foto juntos.
-Espera, creo que están durmiendo
Tanta religión da sueño
Hoy, por fin, parece que Eolo se
ha tomado un descanso; por el contrario, Zeus viene cargado y está
repartiendo lluvia por todo el valle del rio Sana, por donde avanzo. Me despego del
rio por una carretera secundaria, con puentes de madera para salvar los arroyos
y asciendo hasta los 800 metros con un frío que pela. Por el camino tiro el
rakia.
En Mrkonjic Grad paso por la
puerta de un bar y varios adolescentes empiezan a bombardearme con preguntas.
Tomamos unas cervezas y otro tipo me invita a rakia… salgo del bar a las 11 de la noche y bajo cero. Voy camino a preguntar para dormir en una iglesia
ortodoxa cuando veo un control de la policía.
-Te vamos a ayudar a encontrar un lugar
para dormir. Nosotros somos policías serbios y España es un país amigo porque
no reconoce a Kosovo, ese país es una broma, vosotros también lo habéis hecho
bien con Cataluña. Espera, llamaremos a un hotel
- Un lugar que no cueste más de treinta
marcos, por favor.
Hacen unas llamadas y pasados
unos minutos me ordenan seguirlos; y ahí estoy: ebrio, bajo cero y siguiendo un
furgón policial a las doce de la noche en bicicleta. Me llevan a un lugar donde
alquilan habitaciones, la dueña me pide 50 marcos, regateo y acaba dejándolo en
30. Con la borrachera se pierde también la vergüenza.
[...]
El día que voy camino a Mostar viviré el peor momento en lo que llevo de viaje. La ruta de hoy son 40 kilómetros por una carretera que transcurre por un desfiladero, junto al rio Neretva, donde no encontraré ningún pueblo ni área de servicio, apenas un par de lugares donde el arcén se ensancha para hacer un posible cambio de sentido. Es una mañana pasada por agua y yo voy con las gafas rayadas y mojadas. Entro a un túnel y no reparo en que no tiene iluminación, antes de entrar no imaginaba que tendría dos kilómetros de largo. En mitad del túnel me quedo totalmente a oscuras. Se me ocurre sacar la mano derecha para ir tanteando las paredes, craso error, pues hay algo parecido a una acera que si toco con la rueda me hará caer. Mientras estoy parado, pensando en sacar el foco que llevo en la alforja, un autobús llega a donde estoy y empieza a tocar el ruidoso claxon, no hay tiempo para sacar nada. Tengo miedo. Me echo a un lado y dejo que pase el autobús y toda la caravana de coches que le siguen y avanzo unos 300 metros a oscuras, por el medio de la carretera y con un ojo puesto en el retrovisor, hasta que por fin, la luz del final del túnel empieza a alumbrar lo suficiente como para ver sus paredes.
Al otro lado del túnel y las montañas que atraviesa, el ambiente cambia
totalmente y una bocanada de aire templado me da la bienvenida al nuevo paisaje:
viñedos, olivos, pinos y demás vegetación propia del clima mediterráneo. La
Bosnia del frío y los árboles desnudos ha terminado.
Mensur ha pedido a su hermano,
que vive en Mostar, que me aloje así que me reúno con Mohammed y paso una
noche en su apartamento. Al día siguiente voy a una óptica a encargar unas
nuevas gafas que tardarán tres días en llegar. Dejo el apartamento de Mohammed,
que se pasa el día con otro chico que le dice en todo momento lo que ha de
hacer, y busco un hostel en el centro.
El centro histórico de Mostar está ocupado por calles empedradas y antiguas mezquitas del período otomano, el puente romano de piedra da el aspecto de esos lugares donde el tiempo parece que no ha pasado.
Un dia despues me avisan de la óptica y voy a recoger mis gafas. En estos días pongo también a la bicicleta un guardabarros trasero, el anterior estaba muy desviado y el día que llegué a Mostar acabé con la espalda empapada por el agua que despide la rueda. Por consejo del mecánico, pongo también una pata de cabra doble, similar a las de las motos, pues la que llevo a veces se vence por el peso y la bici acaba en el suelo.
[...]
Tomo la carretera paralela a la
costa, dirección Dubrovnik, donde en unos días me encontraré de nuevo con
David, Elena y Marc. En estos días mi madre también me ha vuelto a enviar el
pasaporte a Dubrovnik, si llega me veo en Turquía esta primavera. Con este sol, pedaleando en
manga corta, a 15 de diciembre y pegado al mar me las prometo felices, hasta
que llego al puesto fronterizo con Croacia.
- Señor, su documento lleva cinco días
caducado
- … - puñetero despiste que me va a
acompañar toda la vida
- Debe pagar una multa, pero si la paga
ahora, se le reduce un 20%. ¿A dónde se dirige?
- Croacia y Montenegro
- Puedes entrar a Croacia, pero no a
Montenegro
- Y si voy al consulado español en Mostar,
¿podría renovar el DNI?
- Me temo que no, ahora mismo usted no está
autorizado a estar en Bosnia
Puñalada al bolsillo y ahora sí que necesito que mi pasaporte llegue o este viaje acabará en Desembarco del Rey.