ESPAÑA
Septiembre de 2023
La mañana del 1 de Septiembre de 2023 salgo de Granada con mi bicicleta, una alforja con la cocina y comida, otra con ropa y el material de acampada. Había cogido una excedencia en la oficina donde trabajé cuatro años como técnico de planos de fincas agrícolas, también había dejado un día antes el pequeño estudio donde viví los últimos dos años y medio.
Salgo sin un rumbo fijo y ante la duda siempre hay un destino que no decepciona: la Alpujarra granadina. Quería hacer un viaje de dos o tres meses en España y quizás Francia. Antes siempre había hecho viajes cortos y quería probar uno de varios meses para ver si esta vida realmente iba conmigo. Pero ya se sabe que los planes son una cosa y la realidad es otra.
Por el puerto del suspiro del moro, bajo dirección a la costa y de camino a Lanjarón, la puerta de la Alpujarra, paro en un embalse cercano con la idea de darme un chapuzón para bajar el calor, pero para mi desencanto no hay por donde entrar al agua. Mientras descanso bajo un árbol no puedo evitar pensar en si realmente estoy obrando bien: dejar un trabajo, al cual no tengo la seguridad de volver, un buen trabajo en el que me iban a hacer fijo en unos meses, con horario “de funcionario”, sueldo a fin de mes, pagas extra y vacaciones; es la meta de mucha gente y yo lo he dejado a ún lado.
No puedo evitar sentir inquietud en este momento, la duda me asalta; es el momento de echar mano de San Juan de la Cruz y un poema que leí días antes:
no quieras tener gusto en nada
Para venir a serlo todo,
no quieras ser algo en nada
Para venir a saberlo todo
no quieras saber de algo en nada
Para venir a lo que gustas
has de ir por donde no gustas.
Para venir a lo que no sabes
has de ir por donde no sabes.
Para venir a poseer lo que no posees
has de ir por donde no posees.
Para venir a lo que no eres
has de ir por donde no eres.
Cuando reparas en algo
dejas de arrojarte al todo.
Para venir del todo al todo
has de dejarte del todo en todo,
y cuando lo vengas del todo a tener
has de tenerlo sin nada querer.
El viento empieza a zarandear las copas de los olivos que apuntan al cielo, muy despacio y durante unos segundos quedo embobado mirándolas.
La Alpujarra siempre fue un lugar especial para mí y es la cuarta vez que la recorro, tres de ellas en bici. Llego a Lanjarón y, por supuesto, paro a beber y llenar de esa rica agua en una fuente adornada con versos de Lorca:
Y sentí borbotar los manantiales
como de niño yo los escuchaba
era el mismo fluir lleno de música
y ciencia ignorada
Junto a un enorme cortijo abandonado hago la primera acampada de las 250 que aproximadamente haré en este viaje. Después de la ducha y el atardecer no puedo evitar recordar los libros que he leído de todos los que han hecho de este su modelo de vida, gente que ha vivido años y años sobre una bicicleta ¿huirían ellos de algo? ¿estaré yo huyendo de algo? o simplemente ¿estoy yendo hacia algo que aún no sé qué es? No lo sé.
Cerca de Órgiva se encuentra la comuna hippie “Beneficio”, una comunidad donde las personas viven en plena montaña, semi-aislados y de manera más o menos autosustentable. Hace unos años estuve ahí y solo diré que la idea es mejor que la realidad.
Inicio la dura subida hacia el pueblo de Pampaneira, sin duda uno de los más bonitos de la Alpujarra y yo diría que de España. Mi “no-mejor” forma física hace que en muchos tramos tenga que ir a pie, empujando la bicicleta y haciendo al final del día unos tristes treinta kilómetros.
Una de las cosas que me gusta de la Alpujarra son los bruscos cambios de paisaje que tienen lugar. En torno a los 500 metros de Órgiva se encuentran naranjos y limoneros; en los 1000 de Pampaneira el aire es fresco y empiezan a aparecer enormes castaños junto a los pequeños valles que bajan el agua de las cumbres de la sierra, formando manantiales junto a las curvas de la carretera.
En el bonito Pampaneira me encuentro también con el menos bonito fenómeno que invade los bonitos lugares de este mundo: el turismo. En plena calle principal del pueblo, las tiendas de souvenirs y las terrazas de los bares se adueñan del espacio que en otro tiempo, no tan lejano, ocupaba el silencio apenas roto por las conversaciones de los lugareños y los chorros de agua de las fuentes, hoy imperceptibles entre el bullicio y el parloteo.
A la salida del pueblo, un joven de unos 25, algo engreído pero curioso, suelta su guitarra y con voz socarrona, pero igualmente curiosa, se interesa por mi destino:
-¡Illo! ¿onde vas con tu viaje?
Me quedo sin saber qué decir. En principio quiero llegar a los Pirineos y recorrerlos, pero no es un destino al que tenga que llegar, sino más bien una referencia. Ya sobre la bici, pues iba empujándola, le contesto haciendo una señal hacia la carretera: - “a donde me lleve el asfalto”- parezco decirle.
Al día siguiente una tormenta se adueña de la tarde, parece que será poca cosa así que aprovecho para lavar la ropa en uno de los lavaderos donde se lavaba antiguamente. Tenía la esperanza de poderla secar, pero la lluvia seguirá toda la tarde y parte de la noche, al final me voy con la ropa mojada. A la noche acampo en el único lugar que me puede proteger un poco de la lluvia durante la noche: un frondosísimo castaño que me invita a cobijarme junto a su rugoso tronco, y bajo las ramas que sustenta, llenas a su vez de castañas que ya empiezan a madurar.
La mañana siguiente inicio una nueva subida acompañado de unos pequeños seres dispuestos a molestar todo lo posible: diminutos mosquitos enamorados del sudor de mi frente y de la cinta aislante que uso para amarrar el retrovisor y que con el calor se ha vuelto pegajosa. Harto de mis acompañantes, eludo un poco el sentido del ridículo y me coloco una camiseta en la cabeza. Con cada pedalada se zarandea y el número de mosquitos se reduce. Tan ridículo para quien me vea como efectivo para mí.
Cuando paro a escuchar música… no tengo mis auriculares. Los he olvidado bajo el castaño. Los compré expresamente para el viaje y están nuevos, no me planteo dejarlos ahí, pero volver a bajar esta cuesta y luego subirla de nuevo con los mosquitos “porculeros” no entra en mi prioridad. En un cortijo paro a preguntar si alguien está dispuesto a llevarme en coche. Un hombre acepta.
- Mi sobrino entró al ciclismo profesional y lo ha acabado dejando a los 21 años.
- ¿Qué pasó?
- Empezó a ver cosas que no le gustaban: transfusiones de sangre cada pocos días, venga transfusiones y transfusiones… y algunas otras cosas que ha visto por ahí. El dopaje ese.
Con los auriculares de nuevo bajo custodia sigo escalando metros hasta llegar a Trevélez, el pueblo más alto de Andalucía, a 1700 metros. El olor a jamón serrano lo delata a varios kilómetros, pues el clima seco y frío es idóneo para los secaderos que hay en el pueblo.
Y de nido en nido, de pueblo en pueblo, subida y bajada, junto a los jabalíes que cruzan la alta carretera desde la que contemplo las nubes y nieblas asentadas en los valles, voy pasando los días hasta llegar a Laroles, el último pueblo de la Alpujarra desde donde inicio la dura subida al puerto de la Ragua, a 2000 metros de altitud para hacer 1000 de desnivel en 15 kilómetros.
Esa tarde la suerte no está de mi lado: mi cuerpo responde al cansancio y a la deshidratación de estos días con una fuerte diarrea que me deja muy débil para hacer este señor puerto. Apenas unos pocos kilómetros y decido acampar, pero aquí es difícil, no hay un metro plano. Acabo acampando en plena noche, en mitad de una vereda que lleva a unas colmenas de las que me percato una vez puesta la tienda, con el consecuente trasiego de las obreras, cerca de la carretera y expuesto a la vista y al ruido; y, para rematar, acribillado de nuevo por los diminutos mosquitos a los que respondo meciendo el “palio” de mi cabeza cual Macarena en la Madrugá sevillana. Luego dicen que Dios no castiga dos veces.
Por la mañana continúo la subida, la diarrea ha disminuido gracias al fortasec que llevaba en la alforja, aunque los mosquitos seguirán molestando un rato más. Llegando arriba y tras la mitad del camino empujando la bicicleta, encuentro un arroyo donde beber algo de agua y refrescarme. No sé qué tiene esa agua, pero ya me encuentro mejor. Hago los últimos kilómetros sin mayor problema
Arriba hace frío, inusual en Andalucía en pleno verano. Me abrigo y comienzo la bajada hacia la comarca de Guadix. El seco paisaje toma protagonismo y el calor aumenta a medida que desciendo, hasta llegar a los 35º de la Calahorra. Lo habitual aquí, la Alpujarra es la excepción.
Junto al famoso castillo árabe paro a hablar con un hombre, me dice que este pueblo es fin de etapa del camino de Santiago y hay un albergue de peregrinos que cuesta quince euros. Puede ser buen momento para una buena ducha sin mi habitual bolsa-ducha colgada de un árbol y una cama de más de tres centímetros de espesor, que es lo que me da mi colchoneta hinchable. Sin embargo, y después de llamar al albergue, cambio de idea y vuelvo a la acampada.
Mi referencia a medio plazo es llegar a los Pirineos, subir los principales puertos, recorrer el país vasco francés y volver al sur por Portugal para completar un viaje de unos tres meses. Todo ello como preparación para, después de Navidad y si me encuentro en condiciones, cruzar el charco y recorrer varios países de Suramérica en bici. Si esta va a ser mi vida durante varios meses o año no puedo andar cogiendo hoteles cada semana, hay que ahorrar gastos innecesarios.
Avanzo en estos días de preparación de la preparación, recorriendo esta comarca donde aún hay verano y debo parar varias horas al medio día. Una zona árida donde la escorrentía de las lluvias modifica el relieve calizo formando muelas, travertinos, cerros testigo y cuevas que los lugareños habitan desde hace siglos.
Entro a la provincia de Jaén y las calizas dan paso al mar de olivos. Paso Alcalá la Real y su castillo de la Mota. Algunos mediodías tengo suerte y encuentro un riachuelo donde combatir el calor por unas horas. Así llegó a la ciudad de Jaén, donde hago recarga de gas para la cocina y compro unas nuevas zapatillas. Finalmente hago los 60 kilómetros hasta Belmez, mi pueblo, atravesando la Sierra Mágina que tantas veces recorrí en bici y a pie. Ahí pararé unos días.
[...]
Tras cuatro días de descanso, continúo camino y entro a Cataluña. En los supermercados los dependientes se lanzan a hablarme en catalán hasta que emito alguna palabra en castellano y cambian el idioma. En los balcones comienzan a aparecer las banderas esteladas, que reclaman independencia en Cataluña y que tantos quebraderos de cabeza han dado al gobierno de España
Recorro el Delta del Ebro: tierras bajas, a veces inundadas, que se extienden mar adentro por la sedimentación del rio Ebro, el de mayor caudal de la península. Pedaleo entre arrozales y flamencos rosados con la cabeza bajo el agua. Al atardecer llego a un espigón de finísima arena que conecta el delta con pequeñas islas de arena, todo está lleno de caravanas, así que busco otro lugar para acampar. Mientras vuelvo, avanzo por los húmedos caminos de arena, que se va acumulando en las ruedas y la cadena, dejándola sin grasa y finalmente en las pastillas de freno, que provoca unos fuertes chillidos. Toca empujar la bicicleta por la arena. Quedo agotado.
Mientras una pareja me llena las botellas de agua en un pequeño pueblo, los enormes mosquitos me acribillan en cuestión de minutos.
-Aquí tienes que usar repelente todo el tiempo – me dice el marido
A parte de repelente, he comprado unas espirales de citronela, que si bien no espantan a todos, al menos me dejan colocar la tienda entre los eucaliptos sin tantos aguijonazos.
Por la mañana un hombre me da varias garrafas de agua con la que consigo despegar buena parte de la arena. Engraso la cadena, que se había quedado seca y ya puedo cambiar de piñón. Los frenos siguen chirriando pero también funcionan, la pastilla resbalaba sobre la arena pegada al disco.
Llego al punto exacto del delta donde el rio se entrega al mar, pintándolo de marrón. Desde una torre de madera puedo observar el encuentro, sin embargo, vuelve la mala onda, la falta de sentido que me abruma de tanto en tanto y, salvando las enormes diferencias, empiezo a entender a Viktor Frankl. Llevo muchos días sin estar en un sitio tranquilo y mi mente está demasiado agitada, me cobijo a la sombra de la torre de madera. Me siento, respiro, me hago consciente de que respiro…. Entro de nuevo en mí. Me encuentro mejor. Ya no me importa la respuesta a las preguntas: ¿por qué haces esto, que haces aquí, por que has renunciado al trabajo…?
Mientras voy rodando por el plano asfalto empujado por el viento y casi sin esfuerzo, tengo un momento muy especial, dos garzas se sitúan junto a mi durante unos segundos, el viento también parece llevarlas y vuelan casi sin agitar las alas. Siento una pequeña conexión, ambos estamos unidos en este momento, llevados por el viento y sin destino fijo. “¿Quieres más sentido que ese…?”
En el habitual baño de la tarde en una cala de rocas, aparece otro cicloviajero, Giannis viene desde Atenas en bici y, después de llegar hasta el cabo de Sagres, está volviendo al punto de partida, tiene 44 años, aunque podría pasar por 34, y trabaja en hoteles en temporada alta pero este verano ha hecho su primer gran viaje.
- Desde Grecia hasta aquí, calculo que llevas cinco meses de viaje – le digo
- Seis. Este verano ha sido bien duro en Noruega
- ¿Cómo Noruega?
Seis meses de viaje, sí, pero con parada en el Cabo Norte noruego y 18000 kilómetros recorridos. Giannis me cuenta sus historias de cómo intentaron robarle en Rumanía, de cómo le levantaron el campamento varias veces de madrugada en Polonia, de los desorbitados precios en Finlandia, donde una barra de pan puede costar tres euros. Pero lo que más orgulloso cuenta son sus hazañas ciclistas
-Hago unos 130 kilómetros al día. En Pirineos llegué a hacer tres puertos de montaña en un día y aquí en el sur fui de la costa al pico Veleta en un día: 90 kilómetros y 3400 metros de desnivel.
Su figura de ciclista profesional le delata: torso y cintura delgadas con piernas anchas y fuertes, en los dos días que paso con él solo toma mermelada y miel
-He pasado un verano muy lluvioso en Noruega, días y días lloviendo sin parar, algunos momentos la mente me juega malas pasadas
- Ah sí amigo, a esa hay que mantenerla a raya
Esa noche acampamos en una playa rodeada de urbanizaciones. Giannis empieza a colocar la tienda junto al cartel de “prohibido acampar”:
-No me extraña que te hayan levantado el campamento varias veces.
Finalmente acampamos algo más lejos, junto a unos cañaverales
Cerca de la turística Salou, aún en Octubre repleta de turistas, Giannis se desvía hacia el interior, ahora recorrerá Andorra y yo sigo por la costa.
-Recuerda que lo más importante en la vida es cumplir los sueños, lo demás es secundario – me dice mientras nos despedimos.
Atravesando la ciudad de Tarragona una mala sensación me vuelve a inundar, entre el tráfico y el bullicio de personas incapaces de mirar alrededor no me encuentro bien. Me salto las paradas previstas al circo y anfiteatro romanos y salgo de la ciudad.
Me he malacostumbrado a los llanos costeros y subir una pequeña montaña me cuesta bastante. A la bajada, y entre el traqueteo del camino, rodeo una enorme cantera hasta llegar al pueblo del Garraf donde descubro una rotura en el portabultos, imposible seguir avanzando sin desparramar todo el equipaje por el suelo, por suerte, en el pueblo hay una estación de cercanías que me llevará hasta un taller que conozco en Barcelona. En este caso Dios no castigó dos veces.
La tienda de Bike Tech debe ser de las pocas en España especializadas en material y bicicletas para cicloturismo. Koos, el dueño, ha suministrado material y apoyo a algunos de los grandes cicloviajeros de este país, al granadino Salva Rodríguez o al biciclown Álvaro Neil.
-¿Me has conocido por el canal de Álvaro?
- Si – le digo
- Entonces tienes un 10% de descuento, hace unos días estuvo aquí. Si eres de Granada quizás conozcas a Salva, si ese tipo pudo viajar durante diez años con una chatarra de bici, cualquier puede, pero peor es lo de Heinz.
Heinz Stucke es un viajero alemán con dos records guiness: persona más viajada de la historia y primera persona en visitar todos los países del mundo. Salió en 1962 de Alemania con una bicicleta de tres velocidades y volvió 52 años después, con la misma bicicleta. Sobre su vida se ha hecho un documental en Netflix: El hombre que lo quería ver todo.
-Yo colaboré en el documental -dice Koos-, pero creo que no refleja para nada la vida de Heinz. Expone un ambiente gris en su pueblo natal y lo presentan como un hombre triste y solitario, él no es así. Hace poco estuvo aquí y durmió en el suelo del taller, a sus casi ochenta años.
Compro un nuevo portabultos de acero, pastillas de freno y neumáticos. Koos me hace un 10% de descuento en material, 30% en mano de obra y me regala una bolsa marca Ortlieb para guardar mi tienda de campaña.
-Si alargas tu viaje por Asia Central o África te puedo enviar material, allí es difícil encontrarlo. Contáctame si lo necesitas.
A última hora de la tarde me reencuentro con Jesús después de dos años sin vernos, compartimos piso tres de los cinco años que estudiamos en Granada. Esta noche y tras más de un mes, no tengo que sacar la tienda.
Al final he llegado un dia antes de lo previsto por la avería y, como es viernes, me lanzo a recorrer la variopinta ciudad de Barcelona: la interminable Sagrada Familia, creo que para cuando la acaben nadie irá ya a misa, la Rambla y sus mimos, el barrio gótico y el Raval, que bien podría ser cualquier punto de Karachi, donde incluso los carteles de los comercios están en pakistaní y acabo paseo en el estadio de Olímpico que hoy está abierto al público.
Después de una noche de cervezas, salgo el domingo en la mañana con una señora resaca que sumada a un crujido que me da la espalda bajando la bicicleta por las escaleras, harán que no me piense el coger un tren de cercanías para salir de la ciudad. Será una molestia que me acompañará unos cuantos meses.
Empiezo a recorrer la costa de Girona por una bonita carretera que discurre entre pinos, con el mar a mi derecha, bajo el acantilado que también da soporte a algún que otro árbol que se agarra a la vertical pared con toda su fuerza. Es justo en esta subida cuando se me ocurre, - ¿por qué dar la vuelta ahora? ¿por qué no seguir la costa francesa hasta Italia? Ya volveré en avión.
Camino a la frontera paso por los bonitos pueblos medievales de Pals y Peratallada: calles empedradas, callejuelas que se entresijan en laberinto, arcos bajo las fachadas para comunicar las calles, enrredaderas que suben por las fachadas y su iglesia gótica con el característico rosetón central; que vienen apareciendo desde que entre a Cataluña y, por supuesto, lazos amarillos en los balcones.
En 2017 Cataluña declaró la independencia en las cortes de la Generalitat, algo ilegal según la Constitución española, se inició entonces un proceso judicial para juzgar a los responsables de dicha declaración, el entonces presidente de Cataluña huyó a Bélgica y aún hoy sigue en el exilio, mientras que otros tantos representantes de partidos políticos fueron juzgados y encarcelados en el famoso juicio del Procès. Se vivió entonces un álgido momento en las calles de Barcelona, con protestas diarias y duros enfrentamientos con la policía que desembocaron en decenas de heridos. El lazo amarillo se convirtió entonces en el símbolo de la liberación de los presos políticos. En 2021 el presidente Sánchez declaró la amnistía de los presos políticos y desde entonces la situación se ha calmado, pero los lazos amarillos han quedado como símbolo independista, especialmente en la provincia de Girona, donde el independentismo cuenta con más adeptos.
Los últimos pueblos antes de llegar a la frontera francesa han retirado la bandera nacional y algunos, como Verges, anuncian a la entrada: els Països Catalans. Las personas con las que hablo, normalmente gente mayor, a duras penas hablan el castellano.
Por estos caminos rurales pedaleo feliz, definitivamente me ha venido bien dejar atrás el tráfico y las urbanizaciones de la costa, hacía varios días, desde que se rompió el portabultos, que no rodaba por caminos y hasta la bici parece ir más ligera. El mejor estado de ánimo para hacer el pequeño col de Banyuls y entrar a recorrer un nuevo país.