ALBANIA
Diciembre de 2023
En la frontera la policía inspecciona
el coche de unos gitanos lleno de piezas de otros coches, el resto del panorama es
casi más desolador: niños pidiendo y mujeres tiradas en el suelo con la mano
extendida
-Para estos tipos mi bicicleta es un caramelito.
Por primera vez en este viaje siento miedo.
Paso el control sin más problema que el olor del policía que me pide el pasaporte, un olor fuerte, como si llevara años comiendo solo carne roja. Avanzo los primeros metros en tensión y como necesito dar el paso para decirme a mí mismo que no hay peligro, paro en algo parecido a una nave industrial a pedir agua, el tipo me llena las botellas mientras sus dos cachorritos de mastín se me acercan.
Unos metros más adelante de nuevo
dos mujeres y dos niños están en la carretera, al ver que es una bicicleta se
ponen en mitad, como cortando el paso y con la mano extendida
-¡Money, money!
Paso apenas por el espacio justo entre ellos, no se apartan en ningún momento.
Paro en una pequeña tienda, de nuevo más por necesitar de contacto humano que porque necesite comida. Quitándome el miedo mientras recorro la tienda que lleva una agradable chica, compruebo que aquí si hay una diferencia sustancial de precio, sobre todo porque un lek vale un céntimo de euro. También aprendo las palabras básicas del idioma: hola, gracias y adiós, que no son precisamente cortas: përshëndetje, faleminderit y lamtumirë. La familia de la tienda me deja conectarme a su wifi y yo recuerdo las palabras del tipo del restaurante el día anterior en Montenegro que me sugería no acampar, decido hacer caso y reservo un hostel en Shkodër por cinco euros. Después de hacer unos malabares para los críos que llegan, la tensión se disuelve y vuelvo a la bicicleta.
Por el camino voy viendo la realidad de este país donde las zonas rurales bien podrían ser cualquier punto de Oriente Medio: las mezquitas están por doquier, sí, el 60% de los albaneses profesa el Islam, pero lo más llamativo es la cantidad de basura que hay: chatarra, maderas, piezas de coches, plásticos… y entre la basura, gitanos buscando de esa chatarra; abundan las motos y bicicletas con enormes cestas y remolques hasta arriba de cacharros. Los arroyos y ríos cercanos a los pueblos están llenos de plásticos que unido al olor a estiércol, hace de los primeros kilómetros en Albania algo muy desagradable. Las casas humildes, la mayoría de ladrillo visto por fuera, contrastan con la legión de coches de alta gama que hay en las carreteras. Albania es el país con más Mercedes por habitante del mundo y muchos de ellos hacen un ruido espantoso, probablemente por llevar piezas de otros coches.
Entrando a Shkodër, estos coches
se alternan con carros tirados por burros que transportan en su mayoría, como
no, chatarra. A medida que entro en la ciudad todo tiene un toque más europeo:
carriles bici, modernos edificios, vallas publicitarias luminosas y hoteles. En
el hostel comparto habitación con Amílcar, un fantasioso chileno que ha dejado
su trabajo para dedicarse a los libros de ciencia ficción, es autor de la saga
Crossover. Para mí siempre es una conexión poder hablar con alguien en mi
idioma, más aún con latinoamericanos que siempre me suelen caer bien. También está Mohammed, un marroquí que habla español y viaja a la aventura a pie y mochila y
al que volveré a ver en un video en Instagram meses después y por casualidad recorriendo el Pamir de Asia Central.
Un paseo en la tarde por la ciudad con poco que reseñar, salvo en el momento que paso por la mezquita principal de la ciudad: el sol está justamente cayendo frente a su fachada central y el color naranja se refleja en cada uno de los cristales, justo en ese instante empieza el llamado a la oración, abriéndose paso con la voz, dulce, con ese suave titileo al acabar cada estrofa, que penetra y que verdaderamente, llama. Hermoso momento. No es habitual escuchar el Adhan con una voz tan bonita.
Sigo por carreteras secundarias
camino a Tirana, la capital, por un paisaje de lo más peculiar: los mercadillos
se improvisan en la sucia calle, un tipo pone sus pescados frescos sobre un
plástico en el suelo, a apenas a unos centímetros de la basura que le rodea
¡la gente tira todo al suelo!, al igual que un zapatero hace con su mercancía,
otro vendedor coloca sus prendas de ropa sobre un sucio muro, ganaderos con
vacas famélicas, gitanos con chatarra, mercedes a toda pastilla y un señor
mayor arando una gran superficie de tierra ¡a brazo y azada! Estas carreteras
secundarias también tienen lo suyo, en un momento me encuentro un coche de
frente ocupando todo el carril izquierdo, le increpo para que se vaya a su
derecha y al llegar allí compruebo un tremendo agujero en medio del asfalto, lo
estaba esquivando. Verdaderamente el rural albanés no parece Europa.
En una panadería pruebo el Byrekë,
una empanada típica del país con cebolla y queso que por cincuenta lek será mi
desayuno de media mañana en estos días. Mientras espero en la panadería,
observo la enésima foto de la Madre Teresa de Calcuta, a pesar de su origen
macedonio, su familia fue de origen albanés y su padre fue asesinado tras su
involucración en la política del país. En Albania, la Madre Teresa es todo un
referente y hasta el aeropuerto de Tirana lleva su nombre. Quizás tenga algo de
relación con la cantidad de gente que pide dinero en la calle.
El miedo a acampar se me ha
diluido definitivamente y la noche previa a la llegada a Tirana acampo en el
porche de una de las pocas iglesias católicas que veo, previo rechazo en la
mezquita. Estos días está haciendo frío, anochece a las cuatro de la tarde y
para las cinco es conveniente estar dentro del saco de dormir con un té
caliente, probablemente sin ducha pero con ropa limpia. Después de no pasar la
mejor noche, en la mañana descubro un pinchazo que reparo a duras penas con las
manos congeladas. Será el primero de una larga racha que se
alargará hasta Grecia.
A pesar del pinchazo, hago los 55
kilómetros hasta Tirana antes del mediodía, en unas tres horas. Para llegar al
hostel atravieso los barrios humildes de la ciudad, similares al rural albanés
pero con el aliciente de estar repletos de escombros de edificios derribados.
El agua sucia se estanca a los costados de las calles y tiene un olor
insoportable, debe ser un paraíso para las ratas. Los coches no respetan los
“ceda el paso”, a veces ni hay señales, y las intersecciones de carriles se
convierten en un “métase quien pueda”.
Una vez en el centro, sucede lo que en la ciudad de Shkodër, otro mundo: modernos edificios, limpieza, luces, publicidad y apenas si se ven mujeres con el hijab. En el hostel pasaré dos noches: la primera de fiesta con Alexander, un brasileño con el que veo un tributo del mejor rock: Pink Floyd, The Doors… y otros grupos como Nirvana y AC/DC.
En el hostel nos la pasamos en el
balcón bebiendo cerveza y escuchando música, pues tenemos gustos musicales
similares. En nuestra habitación hay un coreano que hace contenido para
youtube, un albanés que no para de pedirnos que vayamos con él al casino para
registrarnos, pues al que llega nuevo le dan 2000 lek en fichas para la
ruleta, y otro chico de Marruecos que prácticamente no sale de la cama y se la
pasa jugando al póker y apostando. En uno de esos momentos en el balcón y, por
primera vez, veo a una mujer totalmente cubierta por un burka, solo se ven los
ojos, incluso las manos las llevas cubiertas.
-Es increíble que compartamos el mismo mundo – dice Alexander.
Después de dos días en los que no
descanso nada, salgo de Tirana en la mañana del 31 de diciembre, había pensado
quedarme una noche más, pero hoy el hostel está lleno hasta la bandera y no creo que descansase mucho. Me
dirijo hacia la ciudad de Elbasan con la idea de recorrer Macedonia del Norte
antes de llegar a Grecia, lo cual implica meterse de nuevo hacia los fríos
balcanes, parece que no tuve bastante con Bosnia.
Esa noche compro arroz, verduras y unos chorizos para hacer al fuego; una deliciosa cena de nochevieja que con el cansancio que llevo acumulado acabará en torno a las 9 de la noche, no aguanto más. Paso dos noches acampado en ese lugar, cerca de un pequeño pueblo y suerte que una mujer accede a venderme algunos huevos de sus gallinas, pues todo está cerrado en el pueblo durante estos días.
Después del descanso, me dirijo
hacia la montaña y hago un puerto de casi mil metros con un viento y un frío
que pela doblemente. Elbasan es una ciudad caótica, hay un tremendo atasco a lo
largo de la avenida principal, los coches circulan a veces por el arcén,
adelantando por la derecha y pitando sin parar entre una nube de humo de los
tubos de escape. Me paro en una panadería a tomar mi Byrekë de media
mañana y esperar a que el tráfico se diluya.
Atravesando la ciudad, paso por
una feria y mientras grabo un corto video una niña me increpa -¡No foto!-
Sabía de la opinión de los musulmanes con las fotos, pero al ver las
atracciones, la música y los puestos de algodón de azúcar no pensé que alguien
se molestaría. Albania es uno de esos países donde no está muy claro el límite
para hacer según qué cosas. En muchas esquinas del centro de la ciudad suele haber
alguien pidiendo dinero, especial atención me llama una mujer gitana, sentada
en el suelo y con un cestito en la mano, al principio está de espaldas a mi,
pero al darse la vuelta compruebo que tiene unos enormes y brillantes ojos
verdes. Son los más bonitos que he visto. También paro en algo parecido a una
tienda de bicicletas, pues dos de mis desmontadores se rompieron en el anterior
pinchazo. Un tipo desagradable no está dispuesto a facilitarme las cosas y me
ofrece un juego:
-500 leke cada uno (cinco euros)
-Pero si son de plástico
-Son de un maletín de herramientas, no los vendo sueltos –
me traduce su esposa.
Salgo sin comprarlos y el tipo me
echa una mirada como mandándome al mismísimo infierno por haberle hecho perder
el tiempo, pero no estoy dispuesto a pagar diez euros por dos trozos de
plástico.
La salida de la ciudad es de
nuevo un tremendo atasco en el que los coches ocupan el arcén para avanzar unos
metros. Cansado del tráfico y del ruido hago una parada, fuera también del
arcén pues ahí corro el riesgo de ser atropellado y en una obscena situación
contemplo como unas gallinas buscan comida entre un montón de basura y charcos
con agua negra y envenenada mientras se suceden los BMWs todo terreno y, como
no, los Mercedes.
En una de estas carreteras un
tipo en el típico Mercedes me para, no acaba de darme buena espina, hasta que
me empieza a ofrecer bebidas energéticas, patatas fritas y cigarrillos que ha
comprado. - ¿Necesitas algo? - Parece realmente interesado. Le doy las gracias
y cojo apenas una bebida energética de marca blanca que estará en mis alforjas
varios días.
Camino al lago Ohrid, que hace
frontera con Macedonia, y a la ciudad homónima que Alexander me recomendó
visitar, debo subir un pequeño puerto de 800 metros en el que, primero el
viento y después la intensísima niebla me dificultan bastante el pedaleo en una
carretera atestada de camiones. Decido sacar mi foco y encender la luz roja
para no ser aplastado por unos de estos mastodontes hasta que llego a la
frontera. Desde Montenegro, cuando hice cola tontamente junto con los demás
coches, el paso de fronteras será bastante más rápido por el paso de viandantes,
aún con todo cruzo después del atardecer.