ARMENIA

 Junio de 2024

Dragan y yo cruzamos la frontera entre Irán y Armenia, previa revisión de todo nuestro equipaje que tenemos que quitar para pasarlo por los escáneres. Desde la primera noche en Irak subiendo la bicicleta a una pick-up, mi alforja derecha tiene roto el enganche y va sujeta con bridas, debo ahora cortar las bridas, pasar el equipaje por el escáner y volver a abrazarla con tres bridas pequeñas.

Subimos al pueblo de Agarak, en el campo de fútbol un hombre pide que le acompañemos, bajando unas escaleras está la piscina municipal y junto a ésta, su huerto particular donde nos ofrece acampar. Después de un baño en la piscina me siento raro, hace un calor horrible pero no puedo sudar, quizás porque el agua estaba aún fría y al lanzarme de cabeza el cuerpo ha quedado destemplado; además, acostumbrado ahora a los baños salvajes, creo que el cloro no le hace bien a mi piel. En torno a la una de la madrugada, y cuando yo por fin consigo coger el sueño tras esta horrible sensación de calor, unos adolescentes llegan a la piscina con botellas de alcohol, finalmente no me duermo hasta las tres, la hora en que se largan

Al día siguiente compramos una tajeta sim para el móvil, la primera que compro en todo el viaje, hasta ahora he estado con internet solo cuando había wifi, tras encontrarme con Dragan en el lugar que tenemos las tiendas:

     -Acabo de encontrar otros ciclistas de Uruguay, dicen que nos preparemos, todo el país es montaña

Decido quedarme un día más en el lugar a ver si esta noche puedo dormir algo más. Dragan vuelve a la ruta.

     -Pasaré buen rato empujando la bicicleta, seguro que me alcanzas

A la noche mismo plan, un calor horrible me impide dormir, y en torno a la una llegan de nuevo los chavales, que estarán ahí hasta las cuatro de la madrugada chapoteando en la piscina, bebiendo y parloteando.

Sin haber descansado, decido salir y empezar las montañas armenias, apenas hago 30 kilómetros y es horrible, no me apetece nada pedalear. En el pueblo de Lehvaz pregunto para acampar en la escuela, unos adolescentes me indican un porche a la entrada del ayuntamiento. Monte, uno de ellos, me invita a té y me cuenta sobre la vida en Armenia: aquí se bebe y no tanto como ocio, sino como estilo de vida, tampoco está mal visto el que los hombres griten, o incluso peguen, a sus mujeres e hijos, no serán pocas las veces que escuche gritos desde dentro de las casas.

Esa noche duermo durante diez horas, por fin descanso. Despierto a tope de energía, más aún cuando las trabajadoras del ayuntamiento, lejos de poner alguna queja, me invitan a café y chocolate antes de salir.

Sigo montaña arriba y subo de los 900 metros de Lehvaz a los 1800 de Lichz, con una tormenta entre medias y buena parte del día empujando la bici, apenas 20 kilómetros. En el pueblo acampo en mitad de la plaza principal, junto a una fuente y bajo consejo de un hombre que merodeaba por ahí.

Sigo escalando las verdes montañas del sur armenio, con las cumbres aún nevadas a finales de junio en un paisaje hermoso; a pesar de que el viento es fresco el sol pega fuerte y cuando paro a comer pongo la hamaca entre la bici y una señal de tráfico para crear un pequeño espacio de sombra, los árboles están ya sobre el terraplén. Esta carretera está también llena de camiones provenientes de Irán, muchos de ellos están parados en la carretera, con el capó delantero abierto, esperando para refrigerar el motor por el sobrecalentamiento en la dura subida.

Alcanzo el Meghri Pass a 2500 metros de altitud, en medio de unas nubes que ocultan el sol pero no sus rayo, que alumbran las verdes cumbres de estas montañas e inicio el descenso hacia el valle

Armenia fue uno de los estados miembros de la URSS durante buena parte del siglo XX, unido a la complicada orografía del país y su ausencia de salida al mar hacen lento su avance económico. La pequeña ciudad de Kajaran, ubicada en el fondo de un valle, compensa su tamaño con desproporcionados y altos bloques de edificios, sombríos e iguales entre sí, para alojar a la población; las pocas casas que hay son muchas de ellas de una sola planta y el techo construido con planchas metálicas, es curioso ver esos picos oxidados sobresaliendo en algunas esquinas, destacan también los coches lada ya sean todo terrenos o deportivos, los taxis y coches de policía son también de este modelo.

Buscando lugar para acampar junto al valle del rio Voghji, encuentro uno de esos lugares con mesas y bancos, con un pequeño techo y hasta barbacoa, elijo el que queda junto a una cascada. Al día siguiente descubro un pinchazo ¡un mes después del último! Quien me lo iba a decir, después de épocas con pinchazo diario. Aprovecho para poner la cubierta que me dio de Dragan, a quien definitivamente he perdido el rastro, quedando ahora la bicicleta con una cubierta azul y otra negra. Decido pasar el día en el fantástico lugar y tomo la primera cerveza en dos meses.

Siguiendo el camino de la aplicación de maps.me, empiezo una pendiente bajada por un camino que espero que tenga salida, pues creo que será imposible subirlo con la bici cargada; como apenas pasan coches, la hierba está muy alta, entre esto y el barro la bici patina y me voy al suelo, nada grave pues con la baja velocidad y las altas hierbas más que caerse, es echarse. El camino llega a una depuradora de aguas y no veo que continúe, este es mi fin, toca dar la vuelta, lo cual me llevará lo que queda de día para hacer los tres kilómetros de tremenda subida que he bajado, pero finalmente veo que un camino casi desdibujado sigue bajando y me lleva hasta la carretera principal. Una vez allí reparo en que no tengo mi hamaca, la suelo llevar entre el manillar y la bolsa con el material de acampada para que esta no tape los frenos y en la bajada ha debido caerse, doy  media vuelta y empiezo la tremenda subida que antes bajé, obviamente dejando la bici abajo en el valle y tras quince minutos andando, encuentro mi hamaca en el suelo.

En la ciudad de Kapan paro a tomar unas fotos en un barrio residencial, un tipo se me acerca.

     -¿De qué haces fotos?

     - Son para mi

     - ¿Pero por qué sacas fotos aquí?

La paranoia del espionaje sigue presente en Armenia, tras décadas con propagando soviética alentando del espionaje occidental, parece que es algo que aun no se ha borrado de la memoria de la gente

Saliendo de la ciudad veo un pueblo, pero un pueblo extraño: tiene alrededor de treinta viviendas exactamente iguales y una gran nave industrial junto a éstas. No me extrañaría que fuese un pueblo construido expresamente para los trabajadores de la fábrica durante la época soviética.

En una pequeña aldea y después de descansar de las enormes pendientes, entro a una pequeña iglesia semiderruida, es muy vieja: altos y desgastados techos y paredes, un altar en piedra oscurecida y fotos e iconos de santos ortodoxos, es una sensación indescriptible, siento la historia de este lugar que debe tener siglos, paso un buen rato dentro de la iglesia.

A la salida y justo en la curva donde la carretera atraviesa el pueblo, un camión cargado hasta la bandera empieza a patinar, el conductor baja rápidamente y busca unas piedras para “calzar” las ruedas y que el camión no se vaya cuesta abajo, le ayudo a buscar las piedras y, una vez calzado, consigue reanudar la marcha.

En Tatev, el enorme monasterio ubicado en el valle junto al desfiladero ofrece una bella imagen, recorro el monasterio de piedra negra y por dentro también en piedra, incluso el altar, verdaderamente estos lugares te trasladan a otra época. Armenia fue la primera nación del mundo en adoptar el cristianismo como religión oficial y tiene algunos de los monasterios más antiguos del mundo.

A la tarde encuentro de nuevo otro de esos lugares con techo, bancos y mesas y hasta barbacoa, todo junto a una fuente. Es para no pensarse dos veces el acampar ahí.

Cerca del pueblo de Ltsen vuelvo a subir a los 2150 metros, con frio en el puerto que me hace ponerme la ropa de invierno, sobre todo para la bajada, pero que en pocos minutos cambiaré de nuevo, apenas si hay kilómetros planos en estas carreteras.

Noto que he perdido peso en estos días; a la vez que los gemelos, los tríceps y los abdominales, músculos que normalmente no utilizo para pedalear, empiezan levemente a marcarse por las largas empujadas de bicicleta en los tramos con fuerte pendiente.

En la aldea de Vorotan encuentro unas termas que no dudo en probar al llegar. Allí conozco a Lusin y su familia, que me indican un lugar para acampar, al acabar el delicioso baño unos tipos me invitan a pollo, una ensalada de tomate y pepino y vodka, observo como después del vodka buscan el pepino y el tomate, es nuestro equivalente al limón. A la noche los tipos se emborrachan, al principio todo son buenas risas pero pasados unos minutos algo cambia, estos tipos se ponen en un estado depresivo-agresivo, yo saco el frontal de mala calidad que compré en Tabriz, y a los quince minutos ya no queda batería, empiezan entonces a sacar cables de una caseta-kiosco de al lado para que enchufe el frontal, mientras empiezan a dar órdenes y planificar para que pase la noche ahí. Me voy.

Me dirijo al lugar que me indicó la familia de Lusin, un camino de acceso a su parcela repleto de altas plantas de marihuana que crecen salvajes, bastante habitual en Armenia. Colocando la tienda en plena noche se rompen varias varillas, sin luz y con los chupitos de vodka no me planteo arreglar nada y duermo con el techo de la tienda justo encima de mi cabeza.

Al día siguiente quedo con Lusin para ver el monasterio de Vorotan, pero antes me baño de nuevo en esas deliciosas termas de agua, dos niños juegan junto a ellas y cuando salgo del agua uno de ellos me enseña el lagarto que ha cogido, mientras salgo del lugar caminan junto a mi bicicleta y, de repente, uno de esos coches lada entra en escena a toda pastilla y hace un trompo a escasos metros de nosotros

     -¿Es que no ves que hay niños? – le digo

Si, los ha visto, parece que los niños se han escapado de casa y el que ha llegado es el padre. Envalentonado y furioso pega primero una bofetada a la niña, de unos siete años y después la toma con el niño, de unos diez, que empieza a correr sin poder llegar muy lejos, una bofetada tras otra lo tira al suelo y desde ahí sigue pegándole. Yo no puedo ver más esto y me voy del lugar.

En Vorotan vemos el bonito monasterio, con ambiente similar a los anteriores, verdaderamente es como estar en otra época. Con Lusin quedo de nuevo en vernos en Ereván, donde vive habitualmente, ahora está visitando a su familia en el pueblo.

En una semana en Armenia apenas he avanzado 200 kilómetros y esta tarde se prevé una fuerte tormenta, paro a probar suerte con el autostop y un camionero se ofrece a poner la bici entre la cabina y el remolque, atada con los pulpitos, algo que no me da seguridad, pues al girar el espacio se reduce y podría aplastar la bicicleta; buena decisión finalmente, pues aunque gire, el remolque no toca la bici aunque queda cerca. Por el camino llueve durante algunos minutos con mucha intensidad, hacemos 80 kilómetros en casi dos horas, pues las curvas de estas estrechas carreteras de montaña, las subidas y bajadas hacen que tenga que avanzar con las marchas reductoras.

 

[...]


Antes de abandonar Vanadzor paso por una tienda de deportes y paro a preguntar por una bandana, en la entrada unos tipos están cenando y tomando vodka casero, me invitan a sentarme. Entre camisetas de fútbol retro, tomamos la cena y el vodka alternándolo con refresco o pepino y al terminar de cenar todos están borrachos, un hombre queda especialmente perjudicado, pone la cabeza sobre sus rodillas y ya no la levantará más en toda la noche. Uno de los hombres es dentista y me ofrece quedarme en su clínica, así que allá voy a las once de la noche siguiendo a un coche con media borrachera encima, no es nuevo para mí.

Al día siguiente, domingo, pido al dentista hacerme una limpieza que acepta sin cobrarme nada a cambio. Al contarle la anécdota a mi amigo Jesús me encarga varias de esas camisetas de fútbol retro, para lo cual debo esperar a Karo, el dueño de la tienda que llegará esta tarde, así que paso la mañana paseando por la ciudad, visitando un antiguo parque de atracciones con columpios de hierro “suicidas” en mal estado, la mayoría cerrados al público

Por la tarde salgo de la ciudad y en un área recreativa un tipo que trabaja como agente de seguridad me invita a pasar la noche en su puesto de vigilancia, en medio de un descampado

     -Este terreno es del Estado y se reservó para hacer aquí un hotel, pero finalmente no se ha hecho

     - ¿Para qué necesita entonces que lo vigilen? 

Alza los hombros sin responder.

Sigo descendiendo junto al rio Pambak, en una suave bajada de 90 kilómetros. En Ajtala subo una dura cuesta hasta el monasterio del mismo nombre, ubicado junto a un desfiladero en un entorno más que especial, será el último que visito en Armenia y de nuevo no defrauda.

Esa noche acampo cerca, junto a un camino y una vez tengo la tienda colocada, tres niños empiezan a cotillear por ahí y yo no tengo ganas de juego a estas horas

     -¡Eh! – les digo

Uno de ellos lanza una piedra a la tienda, les vuelvo a gritar y se marchan corriendo, al rato vuelven con un adulto que me dice algo desde la distancia, saco el traductor, diez metros antes de llegar ya me huele a vodka

     -¿¡Has asustado a los niños!?

     -Perdón han tirado una piedra a la tienda y les he reñido

     -Mmm ¿quieres un trago?

De nuevo junto al rio llego a Ptghavan, donde tampoco venden bombonas de gas o cocinas, sin ellas pues, entro Georgia.






El Meghri Pass









Acampada urbana









Sombra improvisada


















New look









Cuando te sientas inútil recuerda esta puerta y su candado




















Los míticos ladas, más que habituales en Armenia









Escuela abandonada









Algo no va bien



































Monasterio de Tatev









Es difícil resistirse a acampar en estos sitios



















Carreteras habituales









La acampada más extraña









A cenar y a beber









Columpios









Días sin cocina

















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