GRECIA
Enero de 2024
Primeros kilómetros bordeando el
lago Doirani, con la alegría de estar en un nuevo país. Dura poco. Pinchazo, empieza a llover, casi es de noche y el próximo pueblo a diez kilómetros. El
segundo coche que pasa para y se ofrece a llevarme a un mecánico en el pueblo,
estoy de suerte. Metemos la bicicleta, aún no se como lo conseguimos, en un
simple turismo y me quito esos diez kilómetros que ya me veía caminando bajo la
lluvia, pues no tengo cena ni agua para esta noche
Lucas, el mecánico, detecta el
motivo de tantos pinchazos en las últimas semanas: la cubierta Schwalbe que
compré en Barcelona tiene un pequeño corte que casi no se ve, probablemente de tanto hacer palanca para sacar la cubierta con los desmontadores.
Lucas pone dos cámaras dentro de la cubierta, así costará más pincharse, aunque
no me da mucha confianza este remedio y ya cuento con que tendré que cambiar la
cubierta. Aún y todo parece que funciona.
Lucas y yo tomamos confianza y su
esposa me trae una de las tantas deliciosas comidas que probaré en Grecia: pastitsio, una especie de pastel de pasta y carne que me sabe a gloria bendita. También me
invita a café y nueces, que tomamos junto al fuego
- Ah también tomáis café turco aquí - le
digo, se queda unos segundos mirándome.
- Esto es café griego, no digas eso de que
es turco que te van a dar… -dice mientras agita la palma de la mano. - Bueno
y ¿de dónde vienes?
- Ahora he cruzado Macedonia
- Ah Skopje.
- No, no he pasado por la capital del
país.
Pero no lo dice por eso. La
región de Macedonia incluye también todo el norte de Grecia, donde me encuentro
ahora. Cuando la antigua Yugoslavia se fragmentó en 1991 el país pasó a
llamarse primero República Socialista de Macedonia y después Antigua República
Yugoslava de Macedonia, algo que no gustó a los griegos, pues Macedonia también
es esta parte Grecia y después de años de conflicto político, en 2019 el país adoptó el
nombre de Macedonia del Norte. Aún así los griegos la llaman Skopje, que es la
capital, para referirse al país. Seguimos conversando.
- Bueno y ¿hasta dónde vas a llegar?
- Quiero llegar a Estambul. – si, el plan
se va alargando
- No, no. Es Constantinopoli. - Pues
voy yo bien… - Los turcos son lo peor, han transformado nuestra ciudad. Mira lo
que están haciendo con la catedral de Hagia Sophia, ¡la han convertido en una
mezquita!
Constatinopoli era el nombre de la
capital del antiguo Imperio Bizantino, que pasó a llamarse Estambul cuando el
Imperio Otomano estableció allí la capital en 1930, por lo que el nombre actual
es relativamente reciente como para que los griegos lo hayan olvidado. También
la antigua catedral de Hagia Sophia, que desde 1935 fue museo, se convirtió en
mezquita en 2020 bajo el mandato del actual presidente turco Erdogán. Empiezo a
darme cuenta, pues, de que Grecia no hace muy buenas migas con sus vecinos.
- Y esta noche donde vas a dormir? No te recomiendo acampar en estos bosques, hay osos y lobos.
Lucas llama a un hotel
pero está completo.
- A veces duermo en la iglesia, desde que
entré a países ortodoxos siempre me han acogido bien. ¿Podrías contactar al
padre y decirle si puedo pasar la noche?
Lucas llama y el sacerdote da el
visto bueno. Me lleva a una pequeña capilla con chimenea que queda junto a la
iglesia.
-Me ha dicho que puedes quedarte aquí e ir encendiendo el fuego, el padre Dimitrios vendrá en una hora.
Lucas se marcha y yo me quedo
calentándome al fuego de una capilla totalmente rodeada con iconos de santos.
Pasado un rato, un hombre con una gran barba blanca me da la bienvenida en
inglés. Me ofrece unos dulces algo rancios y charlamos un rato, habla perfecto
inglés.
-Deja la bici amarrada, a veces deambulan
unos gitanos búlgaros y ya han entrado seis veces a robar a la Iglesia en los
años que llevo aquí ¿vas a ir Constantinopoli? no vayas allí, quédate aquí unos
días. Esta semana hará frío, pásalo aquí, quédate aquí Alfonso –Después de
decirle mi nombre completo ha hecho el acortamiento a Alfonso y así me llamará de
ahí en adelante.
Después de darme una ducha en su
casa, me voy a dormir sobre dos bancos enfrentados entre sí que quedan a
escasos metros del fuego. Aún no imagino que este será mi lugar para unos
cuantos días.
Llego a la capilla un lunes y los
tres días siguientes los paso paseando por el pueblo, charlando con la gente,
pues los griegos son bastante sociables e implicados en las cosas de la
comunidad. Ya me parece estar viendo a los antiguos filósofos que fundaron la
democracia discutir con la misma involucración con la que lo hacen los
habitantes de Mouries, nombre de este pueblo, en los bares. Bares que por otra
parte siempre están llenos, incluso por las mañanas de un día laborable, trabajar no parece ser la prioridad aquí. También paso tiempo con una
perrita que viene a verme cada día, y con Dimitrios:
-Dimitrios creo que mañana me iré, ya he
descansado tres días, le estoy muy agradecido.
-No te vayas, quédate aquí, el fin de
semana va a nevar, además debes comer bien, voy a encargar a una mujer que te
traiga comida, aprovecha porque en Turquía solo comerás arroz. No vayas allí,
son musulmanes, es sucio, no quieren a los cristianos. Quédate aquí el tiempo
que quieras y no viajes más. Cuando te vayas de aquí ve a Salónica, toma un
vuelo y vuelve a España. - Escucharé estas palabras prácticamente cada día.
El sábado cae una señora nevada que viste de blanco todo el pueblo. El domingo en la mañana, la misa empieza a las siete y media y además es oficiada por los altavoces de modo que se escucha en todo el pueblo. El baño que uso está justo al otro lado del recinto y al despertar y ver todo el parque lleno de nieve y de fieles que empiezan a llegar, optó por asearme en una pequeña pila que hay en la capilla. Mala decisión pues el agua empieza a caer por la tubería que la lleva a la pila. Pido a Panagiotis, un hombre que he conocido en el pueblo y que no suele faltar a misa, que avise a alguien. A los pocos minutos se presenta en la capilla el padre con un enorme hábito blanco ¡ha parado la misa para ver qué ocurría! Por suerte, minutos antes cerré la llave de paso central y el agua dejó de salir, pero la inundación podría haber sido bien curiosa.
Los días siguientes y ya con Sol
empiezo a curiosear por las montañas de alrededor, aunque Dimitrios me aconseja
no ir por los osos y los lobos, a los cuales no me encontraré. Allí descubro
una enorme cascada que frecuentaré en estos días, un estupendo lugar para leer
un poco. Al volver de la montaña suelo encontrar un plato de deliciosa y
esponjosa comida griega que me trae una mujer: pastistio, habichuelas (aquí les
ponen aceitunas), pimientos rellenos y hasta cuando me trae un simple sándwich
lo hace delicioso y esponjoso al mojar el pan en huevo y luego tostarlo. Cada
vez que hay entierro me traen uno, o varios, tuppers con habichuelas pues es
costumbre aquí invitar a comer a los asistentes con esta comida y siempre
sobra. También ayudo a Sofía, una voluntaria de 82 años que limpia
la iglesia y le lleva leña al padre, que bien podría cogerla él mismo. Lucas de
vez en cuando pasa a saludar, también Panagiotis con sus contradicciones:
-Dios está con todos, es lo más grande que
hay. ¿Vas a ir finalmente a Turquía?
-Si - contesto
-Yo personalmente odio a los turcos, son
como los perros
Aprovecho también en estos días
para poner al día mi diario. Hay días que me levanto a las seis de la mañana y
paso todo el día escribiendo.
Después de tres semanas, si
tres, en la capilla, me dirijo a Dimitrios.
-Ahora sí me voy, el tiempo ha
mejorado, está haciendo sol estos días
- Quédate, quédate hasta Mayo si quieres, ahí ya hará mejor tiempo.
Me despido
A la mañana siguiente parto de Mouries y me dirijo hacia la ciudad costera de Kavala, buscando las temperaturas mediterráneas del Mar de Tracia. Ha sido un descanso demasiado largo, el cuerpo se ha acostumbrado al calor del fuego y al sedentarismo y me cuesta un mundo pedalear, la mala onda me amenaza de nuevo y ante esto solo queda sufrir y volver a curtir a este holgazán. Acabo haciendo 80 kilómetros. Definitivamente la rueda no quedó bien con el remedio de Lucas y pierde aire, tengo que ir inflándola continuamente hasta que acabo comprando una nueva cubierta y varias cámaras.
Las ciudades turísticas cada vez
me atraen menos, así que atravieso Kavala sin mayor detenimiento y me dirijo al
aeropuerto con la idea de cambiar unos dínares macedonios a euros, sin éxito.
Entro a una comarca marismeña con
gran afluencia de musulmanes, no inmigrantes sino asentados aquí desde hace
tiempo, probablemente también descendientes de los otomanos. En una tienda me
invitan a un café y a un bocadillo.
-Big hearth you, big hearth you –
Me dice el tipo de la tienda señalándose el corazón. - ¿Necesitas algo?
-Estoy buscando un lugar para acampar, a
resguardo del viento
El tipo coge el coche y empezamos
a deambular por la costa. El fuerte viento ha barrido la arena de la playa que
ocupa toda la carretera.
-Me parece que este no es buen lugar – le
digo
-¿Cómo de loco puedes estar para llevar
cinco meses durmiendo en una tienda de campaña? Ahora recuerdo, hay una base
americana abandonada cerca del pueblo y tiene una oficina, quizás podrías pasar
allí esta noche.
Así lo hago. Un lugar algo sucio pero a resguardo de las tormentas y el fuerte viento que se dejarán ver en estos días. Paso dos días en la base, escribiendo, escuchando música y observando las tormentas. La siguiente noche a mi partida también la paso a resguardo. Xaris, un soldado del ejército griego me cede la casa de sus padres.
Me voy acercando a
Alejandrópolis, la última gran ciudad de Grecia antes de cruzar a Turquía.
Siguiendo la línea de costa voy por una pequeña carretera comarcal, los perros
aquí empiezan a ser agresivos pero normalmente si me bajo de la bicicleta y
paso andando dejan de ladrar. En esta ocasión tengo una bajada en línea recta
al frente y cuatro perros mastines merodean a los costados; como es cuesta
abajo aunque me persigan no creo que me alcancen así que me lanzo, con la
sorpresa de que empiezan a salir más de entre los árboles, al menos ocho me
persiguen cuesta abajo, ladrando sin parar. La adrenalina se pone por las nubes
y pedaleo en la marcha más larga, dejándolos atrás; sin embargo la bajada acaba y empieza la subida -con esto no contabas Alfonsito-. No sé qué hacer, pararme no
me parece una opción así que sigo pedaleando cuesta arriba, es cuestión de
segundos que esas fieras me alcancen. En ese justo momento aparece un coche a
mis espaldas, mi salvador, que empieza a tocar el claxon hasta que los perros
van desapareciendo.
Aún con el susto en el cuerpo, me
aventuro por 20 kilómetros de camino que se me harán eternos con un viento
en contra horrible, también olvidé llenar agua y no pude comprar comida. A
medio camino me encuentro a unos arqueólogos en plena excavación que me dan una
botella pequeña de agua.
-Ten cuidado por aquí, hay perros
salvajes – me dice uno de los arqueólogos.
- Ya, ya me he dado cuenta
Para colmo, en los últimos
kilómetros de camino vuelvo a pinchar y los tengo que hacer empujando la
bicicleta. Exhausto acabo ese horrible camino y vuelvo al asfalto. En una playa
encuentro a un hombre, sentado en el porche de una caseta de madera, en donde
vive. Intento hablar con el por el traductor pero no sabe leer, ha sido pastor
toda su vida. Me ofrece unas latas de conservas y un café, pasamos más de dos
horas sentados, prácticamente sin hablar, pues poco podemos. Ambos nos damos
calma por un buen rato, quizás ambos la necesitamos.
En Alejandrópolis y para mi
sorpresa, consigo cambiar los dínares a euros, que ya me veía arrastrando por
el Oriente. Unos kilómetros más adelante vuelvo a pinchar, esta vez es la rueda
delantera, la que continúa con la cubierta que compre en Barcelona, sin más
dilación compro una nueva en una gasolinera en Feres y paso la noche en el
teatro del mismo pueblo en la que será mi última noche en Grecia. Por la mañana
parto hacia la frontera, entrar a Turquía ya va en serio.