IRÁN

Mayo de 2024 

La enorme fachada de aduanas no deja dudas de a qué país entramos, una imagen del ayatolá y líder supremo Jamenei ocupa buena parte de la misma. Tras varios controles de pasaporte y varias preguntas sobre qué hacemos en el país y a dónde vamos, cruzamos la frontera sin mayor problema: estamos en la República Islámica de Irán. Esta región del país también es Kurdistán, pero al contrario que en Irak, no goza de régimen especial alguno, simplemente es una provincia más de este enorme país.

En Marivan, Jairo y Sandra acordaron ir a casa de un couchsurfing que ya nos espera. En las calles de la ciudad se empieza a ver un panorama diferente: vendedores en la calle y pequeñas tiendas, pocos supermercados y, de lo más llamativo, los viejos coches que circulan por la ciudad, sobre todo abundan los Peugeot Persa, un modelo que los franceses vendieron a bajo precio a los iraníes y termina por ensamblarse en el propio país; por otra parte, casi no hay señales de ceda el paso o de stop, impera la ley de “métete cuando puedas” lo que provoca grandes atascos en las intersecciones. A pesar de lo que pensábamos, algunas mujeres llevan el hijab apenas cubriendo el cabello a medias.

Mehdi, un psicólogo de 29 años, nos recibe en casa de sus padres mientras en la televisión todas las noticias hablan de lo mismo: el helicóptero donde viajaban el presidente de la República y el ministro de asuntos exteriores está en paradero desconocido y todo apunta a un accidente en las montañas del norte del país, no muy lejos de donde nos encontramos.

Irán fue una monarquía islámica hasta 1979, el entonces shá de Persia, Reza Pahlevi, gozaba de buena reputación en buena parte del país hasta que la revolución islámica derrocó a la monarquía e instauró una teocracia que inició el ayatolá Jomeini y ha continuado el actual Jamenei, desde entonces Irán es una dictadura basada en los principios religiosos del Islam chiita. La sharía o ley islámica marca las normas de conducta en el país y su desobediencia puede acarrear penas de cárcel, lapidación, amputaciones e incluso la muerte, entre sus prohibiciones están: desobediencia de las mujeres hacia la autoridad del padre, relaciones sexuales fuera del matrimonio, beber alcohol, comer carne de cerdo, robar, mostrar el cabello en el caso de las mujeres y entre las más severas la homosexualidad, que puede ser castigada con pena de muerte. Esta zona del Kudistán es especialmente reacia al actual modo de gobierno, nos dice Mehdi, y las mujeres llevan el hijab con parte del cabello descubierto en señal de protesta por el encarcelamiento de una mujer el año pasado que se negó a vestirlo.

En estos dos días decido que no seguiré hacia Asia, quiero seguir viajando pero, honestamente, echo mucho en falta el poder comunicarme con la gente sin traductores o idioma inglés de por medio, así que este viaje acabará después del verano en algún país de Europa del Este, desde donde volveré unos meses a España y después, ahora sí, recorreré América Latina, a donde siempre quise viajar. Me desvío pues, hacia el norte, hacia las provincias de Azerbaiyán mientras que Jairo y Sandra seguirán hacia el Irán persa con la proa puesta en dirección al Imperio del Sol Naciente, nos despedimos.

En una pequeña tienda de una aldea paro a descansar mientras cae una tremenda tormenta, el hermano del dueño, Baniar de 19 años, me ofrece pasar la noche en una de las casas más humildes que visito en Irán. Una vez en la casa, su madre queda sorprendida al verme, su padre me da la bienvenida: “Salam aleikun” mientras trastea un móvil Motorola de los primeros modelos, yo intento comunicarme con el traductor, que no tiene audio en persa ni kurdo y al girar la pantalla de mi móvil para que lo lea se tapa los ojos: no sabe leer.

Paso otro lluvioso día en el pueblo, recorriendo sus calles sin asfalto entre humildes casas de ladrillo visto, jugando con los niños, que mueren de risa al ver las pelotas de malabares por los aires, merodeando por las montañas cercanas y, en definitiva, pasando el tiempo. Esa noche la paso en casa de Ibrahim, el dueño de la tienda, que a las seis de la mañana me pide ayudarle a cargar el pan de pita con el que hace los kebabs de cordero en su tienda-restaurante.

Inicio las montañas del suroeste iraní siguiendo el verde valle del río Garran, las fuertes pendientes al 9% vendrán a manifestar mi falta de forma física tras los pocos kilómetros y las contundentes cenas del Kurdistán iraquí.

En una pequeña aldea paro a pedir lugar en la mezquita, se prevé una fría noche pues, aún siendo junio, estoy casi a 2000 metros de altitud, el tipo que hay en la mezquita, no se si es el imam, no me recibe de la mejor manera, más aún cuando entro con los calcetines puestos, algo prohibido en Irán.

Cuando me dispongo a abandonar la aldea un hombre me ofrece quedarme en su humilde casa, me ofrece también lavarme la ropa y, al quedarme sin pantalones largos, saca unos anchísimos pantalones típicos del Kurdistán que me acabo poniendo, previo anudado de la larguísima cuerda que los ajusta a la cintura. Damos un paseo por el pequeño pueblo, de calles estrechísimas sin asfaltar y con muchas casas construidas con adobe, después de guardar las cabras, cenamos y en la televisión las noticias lo confirman: el presidente de Irán ha muerto y este hombre alza las manos, como diciendo “a tomar viento”.

Continúo por las verdes montañas de esta zona, desde donde caen algunas cascadas que ocupan el centro de los valles, hasta que llego a una base militar con aspecto exterior de fortaleza a 2100 metros e inicio la bajada.

Hoy es viernes y la montaña está repleta de familias y barbacoas, una de ellas me invita a comer e incluso se ofrecen a alojarme esta noche en la ciudad en la que viven a 60 kilómetros, finalmente acabo acampando junto al rio Zarrineh, un mes después de la acampada en el campo del fútbol el día que entré a Irak, necesitaba una vuelta a la soledad.

Decido dejar la tienda en el escondido valle y recorro una aldea cercana buscando alguna tienda. En el campo, los trabajadores siegan las altas hierbas con guadañas, como en España hace cuarenta años y también me llama la atención la cantidad de enormes tortugas de tierra que me encuentro por los caminos. Pregunto a un niño, y lejos de indicarme tienda alguna, que no hay, saca una bandeja de su humilde casa con huevos fritos y té.

Al día siguiente bajo a comer un kebab a un restaurante de carretera por poco más de dos euros. El dueño del local habla inglés y se sorprende mucho al verme.

     - ¿Qué estás haciendo por aquí?

     - Viajo en bici. Turista

     - ¿Cuál es tu trabajo en España?

     - Hago planos de fincas para construir carreteras

     - ¿Construyes carreteras?

     - Es un servicio que se da al Estado para que las construya

Al mencionar “Estado” se hecha la mano a la boca

     - Debes abandonar este lugar, te han visto merodeando por esta carretera, ayer estuvo aquí la policía

     - ¿Me buscaban?

    - ¡Sí! Debes irte. Si te encuentran tendrás problemas, aquí pegan en las piernas con la porra ¿sabes?

No me termino de creer del todo esto. Chawarwan, el informático que instaló la VPN para que internet me funcionase en Irán, ya me advirtió de que los iraníes tienen fama de pillos y embusteros, aún con todo salgo del restaurante con miedo y por la mañana me voy del lugar.

En el pueblo de Buin-e Sofla paseo por la mezquita chiita, más coloridas que las suníes de Irak y Turquía, allí me encuentro con Erfani, una mujer que hace viajes en bicicleta por Irán, todo un desafío a la maquinaria ayatolística, pregunta para quedarme a dormir en la mezquita, con respuesta negativa y otro chico se ofrece a que me quede en un bajo que tiene en casa. Por la mañana me despido y se sorprende mientras cargo la bicicleta

     - Pero ¿a dónde vas ahora?

     - Sigo hacia Tabriz, voy a recorrer el norte del país.

     - ¡Te van a pegar un tiro!

En la ciudad de Baneh, un tipo se pone a correr junto a mi bicicleta entre palabras ininteligibles, le pregunto en inglés un lugar para tomar un té, me acompaña y después vamos a su casa. Nasser, de 39 años y soltero, está acabando el doctorado en informática y su sueño es poder largarse de Irán y trabajar en Australia, en la ciudad no goza de buena reputación y afirma que tiene algunos enemigos que le espían. Salimos a dar un paseo

     - No mires a ese tipo, puede tener micro, camina junto a mí, no cruces la calle…

     - Creo que estás un poco paranoico

     - No digas eso

Nasser me confirma, tras contagiarme este ambiente paranoico, que ha estado años en el psicólogo por los problemas que le crea el ambiente en su ciudad. Irán es uno de esos países donde si se sospecha que alguien "no cumple las reglas" el gobierno puede pagar a alguien para que saque información. Por la tarde un fuerte dolor en el estómago me deja con pocas opciones de continuar.

      - Te he hecho un té – dice Nasser

      - Creo que el agua del té no me hace bien

      - Pero yo llevo toda la vida bebiendo agua del grifo

      - Tu lo has dicho, toda la vida.

En su casa intento tramitar un visado para Rusia, algo que no parece nada sencillo, pues piden la dirección del lugar donde te vas a alojar, incluso los datos de la persona que te alojará, entre otros requisitos. Dos días después abandono la casa de Nasser, deseándole la suerte para que pueda cumplir su sueño de salir de Irán.

Después de varias noches alojado, bajo a un profundo valle con la idea de darme un baño en el río, mientras bajo el fuerte viento que corre valle arriba sirve a las numerosas águilas para quedarse suspendidas en el aire, a apenas unos metros de mí. Cuando bajo veo que la corriente es fortísima para bañarse, por el contrario, parece buen lugar para descansar esta tarde y acampar.

Por la mañana, un tipo en una de las numerosas camionetas azules que deambulan por estas carreteras se ofrece llevarme hasta la ciudad de Piranshar, a cien kilómetros, yo acepto, pues voy un poco justo para los kilómetros que aún debo hacer antes de que caduque el visado de un mes.


[...]

 

Entro ya en la región de Azerbaiyán Occidental, donde se alternan kurdos y azeríes y también en las calles los idiomas kurdo y turco. Cerca de Urmía conozco a Aydin, de 19 años, que me invita a pasar dos días en su casa, en su habitación me muestra orgulloso libros de Nietzsche y Hitler.

     -¿Sabes lo que este tipo hizo en Europa no? - le pregunto

     -No tengo los libros por ser afín a él, pero el conocimiento es poder y además fue un buen dirigente

     -Este tipo era un enfermo del poder –le miro- ¿te gusta el poder?

     -¡Si, me encanta! -dice mientras le brillan los ojos

La tarde la pasamos primero en la peluquería, donde me hacen el corte que llevan todos los adolescentes aquí, con esa especie de “coliflor” en la cabeza y corto a los lados, después jugando al voleibol; al día siguiente, recorriendo la caótica ciudad de Urmía, su bazar y una de sus iglesias cristianas asirias, y visitando a todos y cada uno de los familiares de Aydin, aunque al contrario que otras veces, no siento atosigamiento de toda la gente y salgo de su casa bien descansado.

Atravieso el inmenso lago Urmía, de color rosa y blanco en sus orillas, pues tiene un altísimo índice de salinidad. Después de recorrer un pueblo cercano, se me es negado de nuevo el hospedaje en la mezquita y empiezo a comprobar que aquí la gente es algo más tosca, los kurdos finalmente desaparecen de la escena y dejan paso a los turcos azeríes, que son mayoría en la ahora provincia de Azerbaiyán Oriental. Acabo acampando cerca del lago, en un lugar despejado pues la elevada salinidad hace que no crezcan árboles a su alrededor

Por la mañana paro a tomar un té, yo aún visto unos pantalones similares a los de los kurdos, anchos, para poder pedalear con las piernas cubiertas, que es casi una ley en Irán para los hombres, pero a la vez no pasar calor. El tipo que me invita al té me advierte.

     -Aquí odiamos esas ropas

Camino a Tabriz encuentro una bicicleta cargada con alforjas a la puerta de un taller, el dueño hace viajes en bicicleta, los iraníes son más aventureros de lo que pensaba. En estos días he estado mirando la ruta a seguir en Armenia y los primeros kilómetros parecen bastante montañosos, tenía pensado ir por una carretera secundaria que sube de los 500 a los 3000 metros de altitud, pero este hombre conoce la realidad de la orografía armenia.

     - En Armenia, en los primeros kilómetros no tomes ningún desvío, ve por la carretera principal, y si lo haces pide a algún coche que te lleve, las pendientes ahí son enormes, no vas a poder avanzar en bici.

Comprobando el tramo de camino que tenía pensado hacer observo que son unos diez kilómetros con pendiente ¡al 32%! Creo que ni siquiera algunos coches subirían por ahí.

En la enorme Tabriz, la tercera ciudad de Irán de unos tres millones de habitantes, reservo un hotel apenas en las primeras calles que empiezo a recorrer. Un hotel más que acomodado a quince euros la noche por donde circulan hombres de negocios y ahora también un ciclista cansado y polvoriento.

En el enorme bazar compro una navaja y, otro tipo, en un intento por comunicarse conmigo llama a alguien que habla inglés, explico a alguien al otro lado del teléfono que necesito también cubiertos y coser mi mochila, una mujer en la tienda empieza a vociferar en persa, no quiere escucharme; casualmente este tipo es sastre y acepta coserme la mochila, también me acompaña a comprar los cubiertos.

El segundo día conozco a Aytin, una chica con la que paso toda una mañana en el parque. Me confiesa que en los últimos años no se encuentra bien, pues conoció a un chico, se enamoraron y la familia de él les impidió estar juntos. Su sueño es, de nuevo, largarse de Irán. Pasamos toda una mañana en el parque y tomamos confianza.

     -Si vuelves a tocarme la mano vas a ir preso, lo digo en serio.

En el tercer día y buscando algo para comer, me topo con el puesto de comida rápida de Mehram, un rubio bonachón que se desentona con el resto de azeríes y que, además de cocinero, es profesor de alfarería. Me muestra orgulloso sus clases y todas las figuras y vasijas que construye, dos habitaciones llenas. No duda en ofrecerme lo que necesite.

     -Me gustaría tramitar la visa para Rusia y Azerbaiyán en las embajadas, pero están al otro lado de la ciudad

    - Por la mañana te llevaré en coche.

Busca un primo que habla inglés y nos aventuramos en busca del visado, primero paramos en el consulado ruso, cerrado a cal y canto, y después vamos al azerí, con los soldados de la entrada en la hora del almuerzo. Me quedo sin saber qué hacer, pues Azerbaiyán me interesa como lugar de paso hacia Rusia pero si finalmente no voy, prefiero ahorrarme el sablazo al bolsillo, ir directamente a Armenia y volver a probar suerte en Ereván, descarto pues Azerbaiyán. Camino a su restaurante y escuela, caigo en la cuenta de que me quedan cinco días de visado, suficientes pero justos y puesto que pasamos por una comisaría de policía decido preguntar para alargarlo. Un policía más que antipático lo deja bien claro.

     -Ven aquí el día que te caduque el visado ¿es que tienes que hacer algo importante? Tienes días de sobra todavía.

Esa misma tarde me despido de Mehran y atravieso los veinte kilómetros de la ciudad de Tabriz entre el tráfico, enormes edificios, estaciones de metro, hoteles… esta es además una de las ciudades más ricas de Irán y las joyerías abundan por doquier. Salgo de la ciudad por unas montañas de asperón en medio de un paisaje rojizo y un rio con pronunciados meandros que crea islas en medio, por el camino encuentro a tres ciclistas, uno de ellos viste pantalón corto.

     -No hay problema en vestirlo aquí, pero al entrar a la ciudad me cambiaré - me dice tras preguntarle.

A la noche me ofrecen de nuevo lugar para dormir. Después de cenar y a media noche, llega el primo de mi anfitrión, un tipo que no acaba de darme buena espina.

     - Nosotros fabricamos nuestro propio alcohol, si quieres te puedo llevar a verlo

     - Ah ¿es ilegal aquí? – ya les he cortado el rollo

     - Bueno te puedo llevar a ver nuestra piscina

     - Mmm, vale pero no me voy a bañar a las doce de la noche

     - ¡Vamos, vamos!

Finalmente vamos, me enseña su piscina y tras mi negativa a bañarme sugiere ir a comer un helado; ahí lo corroboro, este tipo está como una cabra, vamos por la autovía hacia Tabriz a 150 kilómetros por hora en su Peugeot Persa, sorteando a los coches como en una carrera, jugándonos la vida. Comemos el helado y volvemos a la casa a igual velocidad, de haberlo sabido no habría ido, de hecho, ni me habría parado en esta casa.

Sigo avanzando por un paisaje atípico en comparación al norte de Irán: tierras rojizas, que a veces se alternan con amarillentas, marcas blancas de la sal de estos lugares y apenas algún arbusto para dar algo de verde al paisaje lunar.

El calor va entrando a estas alturas de principios de Junio y son frecuentes las paradas a medio día, también más o menos frecuente es pararme en un restaurante donde por dos o tres euros puedo comer un plato de estofado de cordero, pan y refresco, los restaurantes aquí no suelen tener mesas ni sillas, solo hay una especie de banco elevado que la gente usa para comer como habitualmente lo hacen en el suelo.

En un pueblo cae una tremenda tormenta y mientras espero a que alguien vaya a la mezquita para pedir lugar, unos tipos empiezan a grabarme con el móvil, casi voy a largarme de allí cuando me invitan a su casa. Sorprendentemente, no pasaré ni una noche en mezquitas iraníes y al contrario de lo que se pueda pensar, es Irán el país donde menos personas he visto rezando, o acudiendo a la mezquita. Más se impone algo y más rechazo crea.

En la casa viven unas diez personas, Elias y Raza se encargan de mi: me enseñan el pueblo, sus vacas y me acribillan a preguntas sobre los países que he visitado, mencionan algo de jugar al fútbol, pero veo que finalmente tomamos la cena en torno a las diez de la noche; pero si, el partido empieza a las once y voy a jugar al fútbol con el estómago lleno. Cuando acabamos de jugar, a la una de la madrugada entra otro turno, no sé hasta qué hora hay gente jugando al fútbol.

A la noche, Reza de 19 años, no para de hacer preguntas sobre países, es demasiado…

     -Tienes algo sobre algún país para dármelo?

     -Toma -digo dejándole un euro y una lira turca, le encanta.

Por la mañana su abuela cose mi alforja que empieza de nuevo a romperse tras el anterior remiendo en Turquía, su padre también arregla la cremallera de mi mochila apretándola con alicates. Me despido de ellos y me acompañan hasta la carretera donde me harán fotos y videos hasta el ultimísimo momento.

Mientras como en un restaurante recibo la enésima invitación.

     -Ven a nuestra casa –me dice un tipo sin siquiera saludar

     -¿Dónde está?

     -Está a treinta kilómetros, podemos poner la bici en el coche.

Echo una ojeada al interior del coche donde hay cinco personas.

     -Lo veo complicado

     -La podemos atar arriba -ni siquiera hay vaca

Rechazo la invitación, más aún teniendo en cuenta que es la 1 del mediodía pero el tipo insiste y finalmente pide al del restaurante que guarde mi bicicleta hasta el día siguiente. Finalmente acepto.

      -¿Quieres comprar algo en especial? Venga, lo que quieras, solo pídelo

      -De acuerdo, una sandía – la calle está repleta de vendedores de sandías

Cuando la metemos en el maletero veo que ya tiene dos sandías más.

Al día siguiente, y tras una temeraria conducción por carreteras de montaña, me llevan de nuevo al restaurante y sigo camino, atravesando este pueblo repleto de esas largas telas negras con la cara de Jamenei y sus súbditos que hay en cada pueblo de Irán.

En una parada en un pequeño lago conozco a Dragan, un serbio de 44 años y bici de 85 kilos que va camino al Himalaya. A la tarde lo vuelvo a encontrar arreglando un pinchazo de la bici, nada más quitar la cubierta Schwalbe la tira, yo la recojo y la guardo para el próximo pinchazo. Esa cubierta llegará de vuelta a España

Viajamos juntos en los últimos días en Irán, camino a la frontera entre un paisaje montañoso y desértico y con la temperatura en 35º, vuelvo de tanto en tanto para ayudarle a empujar la bicicleta, además de cuatro enormes alforjas lleva dos más vacías y una mochila también vacía

     -Las alforjas son para mi novia, en unas semanas vendrá a pedalear conmigo y también llevo ropa de invierno para el Himalaya.

     -Ya la podrías comprar allí 

Llegamos a la frontera armenia en Nordooz donde desequipamos las bicis para pasar las alforjas por los escáneres. Nos despedimos de Irán y de Oriente Medio, pues a partir de ahora será prácticamente como estar de vuelta en Europa.

































Reparando calzado








Planificando ruta









Con sus bolas de barro









Marketing









Un poquito de halay









Pantalones kurdos








Avenida principal









Empieza la bajada









Viernes de barbacoa









Vuelta a las acampadas salvajes





















On road










Avispa asiática


















Lago Urmía









Mezquita chiíta









Montañas cerca de Tabriz









Restaurante








Marketing ayatolístico









Dragan y su bicicleta de 85 kilos




















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