ITALIA

Octubre de 2023

Entro al país de la pizza y la pasta por una frontera que, salvo para los camioneros, es de paso libre. Continúo por esta accidentada y acantilada costa, con la carretera prácticamente al nivel del mar, a veces socavada en las paredes verticales de mi izquierda. Paso una sucesión de túneles, uno de ellos reservado a bicicletas y peatones, de unos tres kilómetros, iluminados y con poemas en italiano que cuelgan del techo de la galería. En la estación de autobús de San Remo entro al baño, una mujer suramericana está a la entrada, cobrando 50 céntimos por usarlo y cuando voy a salir me habla

     - Dios está contigo

     - ¿Cómo?

     - Si, está escrito en Biblia

     - ¿De dónde es usted?

Comienza entonces con una retahíla de frases inconexas, que quizás no lo son tanto. Parece también que esta mujer empieza a olvidar el castellano.

     -Yo vine de Ecuador hace veinte años. Vivo con amiga ahora pero nadie me chiama per lavoro. Digo setenta años y cuelgan teléfono, pero Dios está conmigo y con todos, si tu lees la Biblia, dice que cuando solo deseas hombres o ragazzas es el demonio, porque luego quieres uno y luego otro, y luego otro… y ahora los bambinos y las ragazzas solo quieren uno y otro y otro…

     -¿Usted vino sola de Ecuador?

     La mia filla labora en Italia, después vienen mis dos hijitos y después vine yo. Mi marido nos abandonó, él ya había estado con otra donna antes. ¡El demonio se le metió dentro!

Le dejo unos céntimos en el canasto

     -No, no hace falta que me des dinero, solo lee la Biblia, ahí he encontrado a Dios y ahí lo vas a encontrar tú. Ciao

Casi se me ha hecho de noche en este rato. Acampar aquí es difícil, pues se pasa del mar a pendientes montañas sin planicies de por medio medio, me meto a buscar un lugar en los alrededores de una huerta ocupada por arbustos, subiendo la bici por una enorme cuesta hasta que entre los arbustos encuentro un espacio de dos metros cuadrados en plano, no parece que haya mejor opción. Justo al sacar la tienda aparece el que, supongo, es el dueño, me mira y me habla en un tono poco amistoso.

     -¡Eh!

     Ciao. ¿Posso pasare la notte qui? – empiezo a improvisar italiano, me sale mejor de lo que creía

     Dormire?

      Si. Sto viaggiando in bicicletta. Espagnolo

      Questa è proprietà privata. ¿Capito? – deja en el aire la respuesta. – Non è un buon posto per dormire

Después de unos segundos en silencio la situación se destensa

     -Por mi no hay problema pero claro…. il canne, il canne (perro)

     - ¿El qué?

     Il canne. Sabe lo que es un canne? – dice volviendo a alterarse

Supongo que se refiere a algún perro suelto que deambula por aquí, finalmente me deja por imposible y se va. Voy comprobando también el carácter algo pesado de los italianos, creo que este hombre más que molesto por la acampada, quería darme la chapa. Hago una de las acampadas más incómodas que recuerdo, pues apenas tengo espacio fuera de la tienda. 

Continúo por esta accidentada costa, con algunas subidas que rápidamente desembocan en bajadas, circulando por carriles bici que aparecen y desaparecen. Ante la ya conocida dificultad para acampar me meto tierra adentro para hacerlo, o lo que es lo mismo, cuesta arriba, después de un kilómetro empujando la bicicleta cargada de agua encuentro lugar en un olivar abandonado en una de las acampadas más tranquilas que recuerdo.

En la ciudad costera de Savona llegan días importantes para mí. Cuando salí de España lo hice sin pasaporte, no esperaba llegar muy lejos, ahora no hay ganas de acabar el viaje y seguir recorriendo el sur de Europa puede desembocar en países extracomunitarios como Bosnia-Herzegovina, donde se necesita, o eso creo yo, el pasaporte para entrar. Hace dos semanas pedí a mi madre que me enviase el pasaporte a esta ciudad, a donde ya debería de haber llegado. Dependiendo de si finalmente llega o no, este viaje durará más o menos.

A media mañana llego a la Posta Italiana, y después de esperar más de una hora, el funcionario me dice que no hay ningún paquete, llamo a correos para obtener el número de seguimiento y comprobarlo en la web: el paquete está retenido en el país de destino. Me bloqueo. No se si el paquete está parado en un lugar o si ya va de vuelta a España, lo que al menos me daría la tranquilidad de poder enviarlo de nuevo. Hablando con correos me recomiendan esperar unos días por si ha habido algún problema puntual en aduana.

Por otra parte no sé qué ruta tomar ahora, podría seguir esta accidentada y urbanizada costa hasta Génova para después ir hacia el interior pasando por Pisa y Florencia, que me atraen como ciudades pero me repelen como centros turísticos, todo ello para atravesar la Toscana, llegar a Ancona y cruzar en barco a Croacia; otra opción es desviarme por el interior ahora, pasar de ciudades turísticas y recorrer la Eurovelo 8 junto al rio Po hasta Venecia para después pasar a Eslovenia, aunque esto implica atravesar los fríos balcanes. Opto por lo segundo, pero antes pararé unos días a descansar y a dar tiempo a que alguien meta el paquete en la cinta que ponga “Savona”.

Consultando la web del ministerio de Asuntos Exteriores comprueblo que ¡no hace falta pasaporte para Bosnia! Tampoco para países extracomunitarios como Albania, Montenegro o Macedonia del Norte, basta con el DNI. Este viaje está asegurado hasta Grecia.

Me voy varios kilómetros hacia el interior buscando un lugar apartado y escondido para establecer el campamento unos días. Paso un restaurante abandonado y vallado, tiene buena pinta, pero está al lado de la carretera y finalmente me desvío por un camino que lleva a frondoso bosque con enormes árboles, muchos de ellos castaños, con musgo en rocas y troncos, enormes setas que crecen entre el suelo lleno de grandes hojas y cantos de pájaro por doquier. Las laderas del valle por donde se ubica el camino están abancaladas, señal de que este bosque ha sido reforestado, subo tres “pisos” y encuentro un lugar bajo un árbol totalmente escondido del camino, subo la bicicleta y el equipaje en tres viajes. Es un lugar fantástico. Una ducha y una riquísima pasta fresca con salsa arrabiata para cenar y, por fin, dejo atrás la mala vibra que he pasado en la ciudad.

Aquí pasaré cuatro días, pues es fin de semana y quiero al menos esperar hasta el martes para comprobar si llega el pasaporte. La paso lavando la ropa y secando, con dificultad, pues el bosque es denso y apenas si entra el Sol, haciendo ejercicios para la espalda que desde el crujido en Barcelona no acaba de mejorar, escuchando música y leyendo hermosas letras de canciones que me ayudan a conectarme con este maravilloso lugar.

 

Muéstrame el camino que conduce a la montaña.

Mi corazón pide su compañía.

¿No te encontrarás conmigo donde el río se encuentra con el mar?

Tenemos canciones para cantar y almas para llevar a casa.

Naciste para volar en estos cielos abiertos

Esperaré y cantaré hasta que el viento esté bajo tus alas.

¿Quién soy yo para decir si debes quedarte o huir?

¡Sé libre para volver a casa por tu cuenta!

Respira, tienes todo lo que necesitas

y más

Confía en el sentimiento de tus huesos

Naciste para volar en estos cielos abiertos

Esperaré y cantaré hasta que el viento esté bajo tus alas.

 

Paseo por mi bosque particular, esquivando las enormes setas que llegan por el tobillo, recogiendo castañas y escuchando la ruidosa sinfonía de los pájaros. Recorro también a pie las aldeas cercanas. La carretera está llena de pequeños altares con vírgenes, flores y velas que alguien mantiene encendidas. Desde que entré al país vengo observando el colorido de las casas italianas que suelen alternan entre tres colores en tono suave: verde, amarillo y rosa, otra cosa que gusta a los italianos es tender toda la ropa afuera; es habitual encontrar enormes sabanas que ocupan toda la fachada de la casa, la mayoría de las casas en estas aldeas tienen un santito o una virgen en un hueco sobre la puerta principal, protegida a veces con una malla para evitar convertirse en casa para las palomas, las ventanas se abren hacia arriba, de manera que no de el Sol en verano. Es curioso que en Francia, con un clima similar al norte del Italia las ventanas eran grandes y acristaladas, sin cubierta, como lo son en Centroeuropa.

También bajo al pueblo de Albisola Marina, a hacer la compra, confiando en que nadie va a encontrar mi tienda de campaña verde mimetizada con el color del bosque. Paso por el paseo marítimo, el mar está realmente revuelto estos días y decenas de personas se agrupan junto al acantilado para sacar fotos de las olas que rompen contra las rocas y salpican varios metros hacia arriba dejando mojado a más de uno.

En estos días la pantalla de mi móvil ha entrado en cuidados intensivos, hay que pulsar varias veces una tecla para que aparezca escrita, cuando no se bloquea y hay que reiniciarlo, no me gustaría que en una de esas veces no se encienda y mis fotos queden "atrapadas" para siempre, es hora de cambiarlo.

De camino a Savona paro en un taller para regular los cambios, aún soy muy torpe para hacerlo yo mismo. En tren llego hasta un centro comercial donde compro un Samsung A53 a buen precio y con 64 megapíxeles de cámara, que es lo que más me interesa. De camino vuelvo a correos con similar plan al del otro día: no hay ningún paquete para mi y en la web de correos el paquete sigue apareciendo como “retenido”. Hago, finalmente, una reclamación para que lo devuelvan a España con vistas a intentarlo de nuevo más adelante por si finalmente alargo el viaje hasta Turquía.



[...]



Dia siguiente me reencuentro con David y Elena, también han llegado la madre y el hermano de David en furgoneta desde España para pasar unos días con ellos y visitar Venecia.

Seguimos recorriendo el rio Po, con pocos cambios de paisaje: planicies ocupadas por cereal y pequeños pueblos a la izquierda del dique-camino por el que circulamos; a la derecha, choperas inundadas y las aguas marrones del enorme Po discurriendo lentas, pesadas, cargadas de ramas en su superficie sobre las que revolotean gorditos faisanes. Estas mañanas la niebla es densísima y está a ras de suelo hasta el mediodía, menos mal que por esta carretera no pasan coches, si no sería un suicidio circular por aquí.

Marc, el hermano de David, nos da avituallamiento con la furgoneta, es además excelente cocinero y cada noche tenemos un plato de sopa de verduras caliente que sienta de maravilla. Le copiaré la receta para este invierno. Marc trabaja con un velero y hace vida entre su furgoneta y el velero. 

     -El mar es lo mejor para mí. Ese lento zarandeo del mar me relaja, por eso nos mecen al nacer, para que nos calmemos y no lloremos, además nuestro cuerpo es 70% agua.

Me habla sobre sus viajes por el Mediterráneo, de cómo alinearse con el viento para aprovecharlo e impulsar el velero, de la hospitalidad de las gentes en los puertos de Grecia, que comprobaré meses más tarde, y en definitiva, de su pasión y conocimientos sobre el mar

Nos acercamos a Venecia y en vista de que será difícil llegar en bicicleta, reservamos un camping a cincuenta kilómetros y nos despedimos del Po que nos ha acompañado durante una semana. El camping es más bien un enorme jardín que el dueño de la casa a puesto a disposición de quien quiera usarlo por cinco euros la noche, por allí deambulan sus caballos y está repleto de leña que no duda en ofrecernos para que podamos encender fuego, también hay un pequeño bungalow con calefacción y cocina.

Alojados también en el camping están una pareja de Chequia y sus dos hijos que pasan el día descalzos y desnudos chapoteando en el barro, realmente felices. Peter, el padre que no tiene reparo en autonombrarse como hippie y su familia viajan en un viejo wolkswagen hacia el sur, buscando las suaves temperaturas del invierno mediterráneo en algún lugar a resguardo, pues tiene miedo de que los servicios sociales puedan poner alguna objeción al viajar con niños pequeños.

     -Quizás te puedan interesar las montañas del sur de España. Cerca de Granada hay un lugar llamado Beneficio, creo que allí os sentiréis bien – le digo

     - ¡Ah si! He oído hablar de ese lugar. Creo que vamos a cambiar el rumbo para llegar hasta allí.

Pasamos dos días en el camping. Bebiendo vino junto al fuego y, en mi caso, leyendo cosas de esta guisa:


“El otoño es la estación de las enseñanzas. La caída de las hojas es la metáfora de la vida o, al menos, de la caída del pelo, de los dientes, de la piel… Donde vivo hay un hayedo que es una escuela de aprendizaje como la Academia de Platón: un lugar de eterna sabiduría. Más si en el frontispicio de la Academia se advertía que nadie que no supiera matemáticas podría entrar, en el hayedo no hay derechos de admisión. Todos son bienvenidos aunque no sepan cuanto suman una hoja y otra hoja. Pero unos sacarán más provecho que otros. Estas son algunas lecciones de la filosofía del Hayedo:

1.Cada árbol se entrega en tronco y alma. Su tronco es una alfombra para que los líquenes se echen la siesta y sus ramas son trampolines para que las hojas hagan sus acrobacias. Los árboles no se quedan una hoja, lo dan todo.

2.Junto a las hayas existen otros árboles de hoja no caduca que conservan todos sus encantos. Son un poco egoístas, no se desnudan en la sauna del otoño y se quedan como mirones. De todo hay en la sociedad forestal, pero su comportamiento no condiciona al hayedo: este sigue dándolo todo. He aquí la filosofía del hayedo siendo puesta a prueba

3.El conjunto de una y otra hoja es una orquesta de colores tocando al unísono sin un director aparente. Más filosofía: cuando fluyes, no tienes que dar órdenes, todo se ejecuta si vamos en la dirección de la naturaleza. Aquí la razón debe esperar a la primavera”


Después de dos días en el camping descansando y visitando el pueblo de Chioggia, conocida como la pequeña Venecia y con canales similares a los de la ciudad, salimos en la furgoneta para visitar la auténtica Venecia. A medio camino un fuerte olor a quemado nos hace parar la furgoneta, una pastilla del freno ha quedado bloqueada y ha puesto el tambor al rojo vivo, de una de las ruedas traseras comienza a salir humo. Una vez se enfría retomamos camino, el problema parece que ha desparecido. Dejamos la furgoneta en un parking, pues el tráfico rodado está prohibido en la ciudad. 

La ciudad de Venecia se construyó en el siglo V sobre las islas que “cierran” la bahía, con la intención de contener los ataques germanos, después se aprovecho su particular ubicación para desarrollar una flota marítima que la convirtió en uno de los puertos comerciales más transitados de Europa. Quizás sea un tópico, pero Venecia es realmente bonita y curiosa. Desde el “Vaporetto”, el barco que hace paradas por el canal principal, se observa que prácticamente todas las calles de la ciudad están ocupadas por canales, el agua queda casi al borde de las aceras, y es inevitable que queden mojadas con el zarandeo provocado por las góndolas: largas y estrechas embarcaciones diseñadas para navegar por los bajos puentes que unen calles a través de los canales.

En la Piazza de San Marco entramos a la cafetería Florian, una de las más antiguas del mundo (s XVI), un lujoso antro con paredes y techo ocupados por iconos de santos donde elegantes camareros con capa a la espalda recorren las mesas y sirven café a los comensales, en este ambiente y con el agua inundando las calles me parece estar en el Titanic. Nos sentamos en uno de los sofás tapizados en cuero blanco, que contrastan con nuestras ropas de viajeros ¿Cómo sostener semejante pedantería y lujo? con los precios, el café más barato cuesta doce euros. Tomamos el café mientras una mujer frente a nosotros no para de poner caras extrañas mientras su amiga le saca fotos, pasados unos minutos sigue haciendo lo mismo aún sin cámara.

     -Esa chica es como de broma ¿no? – dice Marc

Después de una agotadora tarde de paseos y marabuntas de turistas volvemos al apartamento y a las nueve todos estamos durmiendo. A la mañana siguiente, y sin haberlo planeado, salimos todos por cuenta propia a las siete de la mañana para recorrer las calles aún vacías de la ciudad. El silencio de las calles a estas horas apenas es roto por los chapoteos del agua contra las fachadas de las casas.

A las diez nos reunimos para visitar la basílica de San Marco y cuando salimos toda la plaza está inundada, las alcantarillas escupen agua a borbotones y la marabunta de turistas ahora circula por pasarelas dispuestas por la policía, elevadas medio metro sobre el suelo.

Volvemos al camping donde pasamos la última tarde juntos. Ellos se quedarán un día mas para trabajar en el proyecto, después seguirán por la costa hasta Trieste; Marc y Susana volverán a Barcelona en barco y yo continuaré al día siguiente con la idea de entrar de lleno a Eslovenia.

Para continuar hacia el norte sin dar un rodeo, tomo hasta tres barcos para salvar el atolón de islas que rodean Venecia. Es un día gris, volver a la soledad después de diez días es algo complicado. Por suerte al final del día vuelvo a la costa del Adriático y para acampar encuentro una bonita playa al atardecer que lo pinta todo de naranja.

Dos días después visito el castillo de Roca de Monfalcone, situado en una pendiente colina por la que debo empujar la bicicleta. Desde el castillo tomo un estrecho y hermoso sendero que me lleva hasta Gorizia, la última ciudad de Italia. Estoy a las puertas de la antigua Yugoslavia.



Nieblas rutinarias






Inundaciones en el Po






Las sopas de Marc te devuelven a la vida






En el camping






La bonita Venecia desde el Vaporetto



Góndolas







La Piazza San Marco inundada







Adiós Italia





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