MACEDONIA DEL NORTE

 Enero de 2024

Nada más cruzar la frontera, en plena noche, empieza a llover de manera cada vez más intensa.  Hago la bajada al primer pueblo y, ya empapado, busco un sitio para acampar a resguardo de la lluvia; mientras deambulo por el pueblo, la bicicleta vuelve a pinchar por tercera vez en esta semana. A las afueras hay una casa de hormigón, en obras y deshabitada, pero mientras hago el plan de acampar bajo uno de sus balcones, un tipo sale de la casa de al lado. Me increpa algo en macedonio, después prueba en un mal inglés donde menciona la palabra “police” y finalmente tras decirle que soy español, relaja el tono y me habla en italiano. Le explico mi situación alternando español e italiano, que estoy mojado y cansado y necesito un lugar para dormir.

    - No te puedes quedar aquí porque hay cámaras. La policía ya está viniendo de camino porque es una alarma que la avisa directamente - Me huele a mentira y estratagema para que me vaya.

   - Sabe algún sitio donde quedarme?

  - Hay una iglesia en el pueblo de al lado, a tres kilómetros. – Su tensión ha ido disminuyendo a lo largo de la conversación y tras quedarse pensativo unos segundos me empieza a hablar en confianza -Deja la bicicleta en mi casa y te llevaré a un hotel, puedes venir a recogerla por la mañana. Voy a llamar a la policía para que no venga.

   - Iré al pueblo a tres kilómetros, voy a gasto reducido.

   - ¡Vamos al hotel! Quiero ayudarte, me sabe muy mal por ti- Me dice el mismo hombre que diez minutos antes me quería fuera de ahí.

Finalmente me voy andando al pueblo, bajo la lluvia y con un cabreo tremendo unido a malos pensamientos que me asaltan. El tormento pasará al llegar a una tienda y comprar algo de comida a un agradable señor que además me indica que pruebe a pedir asilo en la mezquita. Sí, en Macedonia también hay musulmanes, en torno al 30% de la población.

En la mezquita rechazan alojarme y justo al salir me encuentro a otro hombre que me aconseja ir a un camping a orillas del Lago Ohrid que ahora está cerrado, pero afirma que es buen lugar. Así lo hago, parece un lugar estupendo, tranquilo y con un tejadillo que me protege de la ya escasa lluvia y del viento. Parecía buen lugar hasta que sobre las once de la noche llega un adolescente de unos 18 años en coche, aparca junto a mi tienda, con el motor arrancado y la música puesta durante más de media hora. Finalmente decido salir.

   - ¿Todo bien? - Pregunto en inglés

   - ¿Por qué estás aquí?

   - ¿Es tu propiedad?

   - Si, esto es mi propiedad privada. – Me huelo que miente.

   - Bueno pasaré la noche aquí y por la mañana iré hacia Ohrid

Unos minutos después de volver a mi tienda se va del lugar. Definitivamente solo quería cotillear y molestar, fuese o no su propiedad.

Por la mañana arreglo el pinchazo, pero ahora las pastillas de freno han quedado bloqueadas, no he alineado bien la rueda. A los pocos kilómetros paro de nuevo, junto a otro camping y los dueños me ofrecen amablemente herramientas para arreglarlo y un café turco, que a pesar de sus posos en el fondo del vaso me sienta de maravilla.

En Struga cambio euros por dínares en una frutería, pues no encuentro casas de cambio. Los euros y los dólares gustan en todas partes. Me vale también para ver un poco el ambiente urbano en Macedonia: algo de basura en las calles, pero nada que ver con sus vecinos albaneses. La novedad es que vuelve el alfabeto cirílico, lo cual complica un poco las cosas, sobre todo a la hora de sacar café de la máquina, que por cierto están por doquier. En el centro de la pequeña ciudad cambio mi pata de cabra doble, que ya lleva varios días rota, por una que me da aún menos confianza, apenas una semana después volverá a romperse y ya no volveré a usar, ahora toca apoyar la bicicleta cada vez que me bajo.

Ohrid es realmente bonita, además de ser declarada ciudad Patrimonio de la Humanidad por la Unesco es uno de esos lugares que son un museo de historia viviente. Aún conserva el teatro griego, junto al fuerte de Samuel y el enorme Monasterio de San Pantaleón. A la vez que bonita también es una ciudad turística y tras un rato recorriendo el centro salgo de allí. Me abruman las baratijas y las cámaras de fotos en cada esquina. Después de negociar el precio de un portamóviles para el manillar, que finalmente no compro pues parece de mala calidad, salgo definitivamente de la ciudad.

Entre los lagos Ohrid y Prespa se extiende el Parque Nacional Galicica, en un puerto de montaña que me llevará de los 700 a los 1.500 metros sobre el nivel del mar en unos 15 kilómetros de estampa similar a la Serpentine Road de Montenegro. Será la mayor altitud que alcanzo desde el alpujarreño Puerto de la Ragua, en la primera semana de mi viaje.

A medida que voy subiendo me encuentro cada vez con más nieve, hasta que cerca de la cima esta ocupa toda la carretera, dejando apenas el espacio justo para la bicicleta junto a un quitamiedos deformado por varios sitios, probablemente por coches que se han salido de la vía. En plena subida mi cuentakilómetros alcanza la cifra de 5000.

Una vez en la cima paro un momento a observar: los rayos de sol atraviesan los escasos espacios entre las grises nubes para reflejarse en el lago en un escenario gris e iluminado a la vez. Pero el fuerte viento no permite largas contemplaciones así que me pongo toda la ropa de invierno y el casco, pues no lo suelo llevar en subidas, e inicio el descenso. A mi derecha queda ahora el lago Prespa, triple frontera entre Macedonia, Albania y Grecia. A pesar de los dos pares de guantes, llego a la carretera principal del valle con los dedos totalmente congelados.

En el pueblo de Tsarev Dvor veo una tiendita y mi cuerpo casi quiere entrar allí con bici incluida a por algo de chocolate. Me muero de hambre y frío, necesito energía. Pero siendo de noche elijo como prioridad buscar una iglesia o algún lugar para acampar con un mínimo de resguardo del frío ¡Bingo! apenas a 200 metros encuentro una iglesia con un enorme porche con mesas, sillas y ¡hasta enchufes!

     – Aquí va a ser Alfonsito, ya puedes ir a esa tienda sin preocupación.

Compro algo de chocolate y el dueño me ofrece amablemente un té que imagínate como me sienta después del frío que aún traigo calado hasta los huesos. Después, y con la tranquilidad de tener donde dormir, bebo una cerveza invitado por un tipo que huele a alcohol a diez metros de la mesa donde estoy sentado y cuya primera pregunta es sí estoy casado. En Macedonia, al igual que en Bosnia, se bebe y mucho, y también se tiene como prioridad el estar casado.

Por la mañana, nada más despertar decido que hoy será día de descanso para las piernas, más aún después del puerto de ayer y termino de confirmarlo cuando veo que afuera está lloviendo. Este lugar es excelente, pues me protege de la lluvia y un poco del frío; por el contrario, hoy es domingo y los fieles no tardarán mucho en acudir a la iglesia, ya me voy preparando para contar mi historia y, quizás también, para recoger todos los bártulos. Pasados unos minutos, un coche entra al recinto campo a través, pisando el césped que rodea la iglesia y aparca el coche atravesado junto a la puerta. El hábito le delata: es el sacerdote, que lejos de ponerme alguna pega me saluda y asiente con la cabeza, como aprobando mi campamento improvisado.

Tras la no ducha de anoche le echo valor y entro a un pequeño baño exterior de la iglesia, bueno, un agujero en el suelo rodeado por cuatro paredes. Previamente caliento el agua de la ducha. La temperatura exterior debe ser de unos cinco grados.

Una vez acabada la misa, hago una visita a la iglesia. A la entrada hay una antesala previa a donde se ofician las misas, parece ser un lugar de encuentro y me resulta más que curioso que haya una vitrina con cervezas y botellas de licor empezadas, quizás para un “lingotazo” post-sermón. Una vez dentro, iconos e imágenes de santos por doquier, pues en la religión ortodoxa no se muestran esculturas. Especialmente curioso es uno que muestra a un tipo con una cabeza en una cesta, será una imagen habitual que encontraré en las iglesias ortodoxas. Muchos de estos cuadros tienen dinero en el filo del marco, billetes colocados ahí por los fieles, junto a calcetines y medias, algunos incluso en su caja. Una persona que deambula por allí me aclara que son ofrendas que se hacen en estas fechas de Navidad a los santos.

Parte de la tarde la paso de nuevo en la tienda de este amable matrimonio, junto a su chimenea, que nada más verme llegar ya me prepara un té caliente. También la paso charlando con un tipo que dejó este pueblo hace cuarenta años y ahora vive en Austria. Habla perfecto inglés y alemán.

     - ¿Que personajes famosos hay en Macedonia? -le pregunto

     - Pandev ¿lo conoces? jugador en el Inter de Milán, la Madre Teresa aunque después se fue a Calcuta y por supuesto, el Gran Alejandro.

     - ¿Alejandro Magno? Creía que era griego

    - No, no de eso nada - de los rifirrafes entre griegos y macedonios hablaré más tarde.

Cuando despierto al día siguiente aún es de noche y aprovecho para subir al campanario de la iglesia para ver amanecer. No aguanto mucho, pues un viento frío lo azota. Desayuno y empiezo a recoger mis cosas cuando empiezan a caer pequeños copos de nieve. De nuevo cambio de planes, hoy también la pasaré aquí.

Al poco rato y mientras estoy en la tienda pasa un policía y en perfecto acento británico me pregunta en inglés:

   Good morning sir

   - Oh buenos días – contesto, ya acabó mi estancia por aquí, pienso

   - ¿Necesita algo? Solo quiero asegurarme de que está bien y no necesita nada

   - No necesito, pero muchas gracias.

 -¿Sabe que puede usar esos enchufes verdad? Pase un buen día por aquí.

Creo que nunca vi a un policía con tan buen trato, la gente en este pueblo cada vez me cae mejor. De nuevo a la tienda y de nuevo me ofrecen té y creps caseros que hace la dueña. Esta familia tiene cara de poder alimentar a todo el pueblo y, de hecho, es lo que hacen con su tiendita. Pasa todo el día nevando, hasta la noche.

Tercer día en este pueblo y ahora sí, me decido a recoger todo.  Todo sigue cubierto de nieve, pero con este frío puede pasar una semana hasta que se derrita. Hago una última parada en la tiendita para tomar un café y de nuevo empieza a nevar. Estoy casi dos horas allí, no para, aún y todo decido salir.

Paso buena parte de la mañana empujando la bicicleta por una vieja y bacheada carretera mientras asciendo hasta los 1200 metros, aquí hay un palmo de nieve sobre el asfalto. En medio de la ventisca pasa un coche cuyas rodadas me servirán para avanzar algo más rápido, sin los pies cubiertos de nieve. De nuevo en carretera principal voy camino hacia la ciudad de Bitola, si sigue esta ventisca tendré que coger un hotel. Mientras paro a comer en una gasolinera abandonada compruebo, como no, otro pinchazo, yo tengo las manos congeladas, imposible arreglarlo aquí. Mirando el mapa veo una pequeñísima aldea a tres kilómetros con una pequeña capilla y, en vista de la hospitalidad en la pasada iglesia, me dirijo hacia allí con la idea de calentar mis manos, arreglar el pinchazo y, ojalá, poder pasar la noche.

En la aldea pregunto a un hombre si hay posibilidad de pasar ahí la noche, aunque es tan pequeña que a duras penas podré echarme en el suelo, más que una capilla es un altar entre cuatro paredes.

     -¡Ahí te vas a congelar! Pasa la noche aquí en mi cobertizo.

Después de una comida y un café calientes que me ofrecen Boris y su esposa, caliento mis manos al fuego y arreglo el pinchazo sin mayor demora. Paso la tarde junto al fuego, mirando la nieve caer por la ventana mientras mi móvil marca los cinco grados negativos en el exterior.

A la mañana siguiente me despido de Boris, su mujer y sus enormes perros que me ladraron al llegar pero que ahora me acompañarán varios metros mientras abandono la aldea.

A medida que desciendo por la carretera la capa de nieve se reduce. En Bitola enormes carámbanos de hielo cuelgan de los canalones, en el mercado de la ciudad acabo comprando finalmente un soporte para el móvil.

En el pueblo de Topolcani, vuelvo a preguntar para dormir en la iglesia y de nuevo estoy de suerte. Las dos chicas a las que pregunto me llevan a la casa del encargado de la iglesia que acepta a dejarme dormir en una especie de salón comunitario. A la noche, Mendo vendrá a encenderme un fuego e invitarme a Rakia, después llegará el abuelo de las niñas, un tipo alegre y borrachuzo que me invita a cenar con toda la familia. Buena parte de la noche transcurre con el abuelo contando anécdotas de cómo intentaba escaquearse cuando hizo el servicio militar y cómo intentaba escaquearse del almacén en el que trabajó en Alemania. No compartimos lo primero.

     -Por la mañana vendré a las siete y tomaremos Rakia antes de que te vayas – Me dice al despedirme, y así lo hará.


                                     [...]















¿Cuál pido?









Ohrid y su teatro griego









Últimos metros a la cima, con espacio reducido








Buscando agrietar las nubes















Preparado para la bajada








Nuevo récord








Podrían dar de comer a toda Macedonia








Con Boris









Invitado








El lugar que ofrece Mendo


















 

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