TURQUÍA II

 Abril de 2024

Llego a Gaziantep a las seis de la mañana, después de no haber dormido nada en el autobús. Intenté echarme en un cojín que había en la parte trasera pero el tipo que deambula por el autobús repartiendo agua y té, algo habitual en Turquía, me lo quitó, También puso mil y una complicaciones para poner la bicicleta en el autobús, que iba lleno hasta arriba, con incluso una moto en la bodega. Con un tiempo mucho más cálido que sobrepasa los 30 grados, salgo rápidamente de esta gran ciudad de más de un millón de habitantes y me adentro hacia la provincia de Sanliurfa.

En esta zona de Turquía, y más concretamente en esta provincia, se da una singular mezcla entre kurdos, árabes, turcos y, recientemente, también sirios que escapan de la guerra. El famoso Kurdistán que tantos turcos me desaconsejaban ir y calificaban de terroristas a los propios kurdos ¡ya está aquí! El origen de este pueblo se remonta a la antigua Mesopotamia cuando eligieron las montañas para vivir, pues su modelo de sociedad se basaba en clanes y permanecieron siempre más o menos al margen los de grandes imperios, incluso se posicionaron contra el Imperio Otomano, el cual los rodeaba, en la I Guerra Mundial. Al vivir semi-aislados en las montañas siempre conservaron la lengua y la cultura y a partir del siglo XX empezaron a organizarse para crear un Estado independiente que nunca ha llegado a materializarse. Es una de las minorías étnicas más numerosas del mundo, en torno a 20 millones de kurdos habitan en lo que hoy es Turquía, Irak, Irán, Siria e incluso una pequeña zona de Armenia.

La idea ahora es recorrer el sureste del país y llegar hasta Irak, en paralelo a la frontera con Siria, un país que por otra parte lleva trece años en guerra, desde 2011, cuando se iniciaron las protestas por el régimen de Bashar al-Assad, cuya dinastía entró al poder tras un golpe de estado en la década de los 60. Aprovechando el momento, los terroristas de Isis tomaron varias zonas del país, añadiendo un componente más al conflicto.

Todo esto unido al siempre problema entre los kurdos y el gobierno central turco, una guerra no declarada que reprime rápidamente cualquier protesta al gobierno de Erdogan. Sí, es una zona caliente.

     -Alfonsito, esto sí es Oriente Medio.

En Nizip compruebo cómo el ambiente ha cambiado: casas humildes, coches viejos, calles deterioradas y sucias, pues en algunas zonas no hay alcantarillado, y raramente alguna mujer va con el cabello descubierto. En un parque conozco a Nuri y Halil, dos tipos que me invitan a un kebab y me dan una vuelta en coche por la ciudad con los altavoces distorsionados a todo volumen.

Por un puente cruzo el río Éufrates y busco un lugar cerca de sus orillas para acampar e inaugurar la temporada de baños salvajes. En una zona residencial un tipo se interesa por mi destino y pregunta al jardinero para poner la tienda en el patio común, éste me mira desafiante diciendo que no hay lugar para mí. Recorro la orilla del río hacia el sur, pero entre el vallado y la maleza que rodea al rio va a ser imposible.

Acabo llegando al pequeño pueblo de Mezra, la calle está totalmente inundada de niños y el idioma parece bien distinto: es un pueblo de mayoría árabe. El imam acepta a que ponga la tienda en un patio interior de la mezquita y los niños estarán merodeando por allí hasta las once de la noche.

Cuando los fieles salen de rezar se acercan a curiosear y la pregunta que tantas veces me harán:

     - ¿No has pensado en convertirte al islam?

     - Pues no sé, creo que ya soy cristiano

     - Venga, repite conmigo – y después de unas oraciones…- ¡enhorabuena ya eres musulmán!

     -Ah genial…

Al día siguiente despierto con un terrible dolor de cuello, no he dormido en buena posición y al girar la cabeza debo girar todo el cuerpo. El imam acepta a que me quede también hoy. La bicicleta ha vuelto a pinchar y sin venir a cuento un hombre que deambula por la mezquita se lleva la rueda y la trae diez minutos mas tarde ya arreglada. Los niños no paran de traerme lahmacun, un pan similar al de un durum aderezado con salsa de tomate, cebolla, perejil y especias.

El tercer día por la mañana lo paso haciendo malabares con los niños, que son buen parte del pueblo; al principio todo va bien y réen sin parar, pero empiezo a comprobar que cada vez que estoy en contacto con ellos, se va creando un ambiente conflictivo: me persiguen, gritan, jadean, insultan (aunque no los entiendo). Compruebo que resulta efectivo grabarlos o hacer como que grabo con el móvil para quitármelos de encima.

Hablando con Jean, el francés que conocí en la Capadocia me dice que finalmente no vendrá:

     -Esa zona del sur me ha dado desconfianza. Me voy hacia el norte, me siento más seguro allí. – Con estos comentarios y lo que veré en estos días será difícil no sentir cierta desconfianza.

A la noche la mezquita está a reventar, es el último viernes de Ramadán y no cabe un musulmán más. Al terminar un chico kurdo me invita a cenar con su familia.

      -Deberías traer la bicicleta aquí a mi casa, incluso deberías dormir aquí. No es seguro este pueblo para ti -me dice mientras cenamos

      -La verdad es que los niños se están volviendo cada vez más agresivos. No dejan de perseguirme cada vez que salgo y me ha desaparecido la gorra.

      - Te lo he dicho, en este pueblo hay gente mala. Trae tus cosas aquí

      - Aguantaré esta noche y por la mañana me iré.

Vuelvo a mi tienda de campaña y sobre las doce de la noche comienzo a escuchar fuertes golpes en la puerta metálica del patio de la mezquita; patadas, pedradas y tras unos segundos de silencio... un petardo cae por encima de la puerta. Esta vez no son tan niños, son adolescentes de en torno a quince años ¿Serán estos los terroristas de los que me hablaban? Móvil en mano y grabando, salgo a la calle y todos se dispersan. Uno de los que estaba en el ajo se acerca. Habla inglés.

     -¡Oh no! ¡Lo siento amigo! ¿Qué te han hecho? Son idiotas.

Dejo atrás al hipócrita y busco algún adulto que les reprenda, un tipo les regaña y estos se dispersan. Vuelvo a la mezquita.

En torno a las dos de la madrugada vuelven a tocar a la puerta, es la Jandarma, la policía turca con fusil en mano. Alguien la ha llamado.

     -Debes irte de aquí ahora – me dice un tipo con autoritarismo.

     - Los vándalos ya se han marchado. Soy un turista de España (dos palabras amuleto), déjeme pasar la noche y me iré por la mañana.

     - Está bien, por la mañana debes irte de aquí. No es seguro para ti.

En una aldea cuatro chicas, hermanas, se paran a hablar conmigo. Mi llegada es todo un acontecimiento y hasta las mujeres viene a hablar conmigo. Una de ellas, la que habla inglés, es profesora de arte y orgullosa empieza a sacar enormes cuadros de la casa para enseñármelos. En ese momento llega en coche Mehmed, el quinto hermano y tras charlar con él un rato decido seguir camino, pero reparo en que no tengo la bomba, me la he olvidado en el pueblo de los niños terroristas. Mehmed se ofrece a llevarme para recuperarla. Trabaja de enfermero en la cárcel de Gaziantep y será padre dentro de dos meses:

     - ¿Es habitual que los presos se pongan enfermos? -le pregunto

     - Oh si, es una cárcel de mil presos y siempre hay enfermos entre veinte y treinta como mínimo.

Volvemos a ese pueblo donde esperaba no regresar jamás. La bomba no está en la mezquita y preguntando parece que alguien vio cogerla a otro alguien, tras unas llamadas un chico de no más de diez años aparece con ella.

Esa noche la paso en casa de Ahmed, quizás por orden de su padre se convierte en mi sombra y hasta cuando voy al baño, que está en el exterior, me espera en la puerta. Su padre tiene una pierna inmóvil y camina con muletas, pero no le falta sentido del humor:

     -¿Vas a ir a Siria? Allí ahora terrorist, terrorist, boom, boom

Mientras dos cabras de su pequeña finca no paran de darse de cabezazos

     - ¿Qué les pasa?

     - Terrorist, terrorist – vuelve a contestar.


Voy por una estrecha carretera secundaria y al empezar la bajada me cambio de costado, noto como la rueda delantera empieza a hundirse y caigo al lado derecho, mi pierna se queda entre el manillar y el cuadro de la bici. Primera caída en este viaje.  Un abuelo y sus dos nietos se acercan para “liberarme”, llevan la bicicleta a la casa donde me ofrecen té y dulces. Arreglo el pinchazo y sigo camino. Hoy quito también la bandera de Turquía que ondeaba en la parte trasera de la bicicleta, en esta zona no todo el mundo está contento con su país

La siguiente noche también la paso en una casa repleta de gente. El padre de la casa, Enver, también tiene la pierna maltrecha y necesita de muletas. En la casa viven también una mujer y sus dos hijas que han escapado de la guerra en Siria y parecen haber encontrado refugio con esta familia.

Después de cenar me llevan con el hijo de Enver y sus amigos, que van a pasar la noche jugando a las cartas. Ya me veo dando cabezadas hasta las tantas, pues aquí es habitual dormir tarde. Tras un rato observando el juego por fin lo entiendo.

     - Vale, ya puedo jugar

     - Oh lo siento, es solo para cuatro

Después de las cartas, el té y el tabaco que no ha cesado, llega la fiesta: ante la falta de alcohol la mejor forma de poder evadirse es ¡azúcar! Coca-cola, fanta, dulces, golosinas, pasteles y galletas, todo junto.

      - ¿Tú bebes alcohol? -me preguntan

      - A veces, sí. No solo yo, mucha gente lo hace allí, es algo social, la gente se reúne y bebe. – se miran todos unos segundos y después exclaman casi al unísono

     - ¡Nah, eso no! ¡es malo, a nosotros no nos gusta!

En la ciudad fronteriza de Akçakale me paro en una gasolinera mientras cae una tormenta. El gasolinero me invita a pasar a la oficina y me ofrece un café, o Nescafé, como lo llaman en Turquía. Tomar café no es habitual y el café molido no se encuentra en tiendas, asi que toman esos sobrecitos de Nescafé donde ya viene el café y la leche juntos para disolver en agua caliente. Intento hablar algo con ellos con el traductor en idioma kurdo.

      -¡Aquí se habla árabe! – me grita el tipo que sale de la oficina enfadado.

En un pueblo cercano, Kadir me invita a pasar la noche en su casa. Tiene 26 años y cuatro hijos. Su mujer no parece nada contenta con mi llegada. Ha avisado a varios amigos y nos reunimos en la sala de invitados, con la que cuentan todas las casas.

     -¿Tu eres cristiano? – me dice uno de ellos

     -Sí – me miran como a un bicho raro y después se miran entre ellos negando con la cabeza

    - ¿No has pensado convertirte al islam? Repite conmigo – y me dictan la misma oración que recité días antes. Repito con él. – Listo ¡ya eres musulmán! 

El tipo que me ha convertido por segunda vez al islam tiene un semblante nada agradable.

     -Amigo – me dice en voz baja - Tú sabes que la vida en Oriente Medio es dura, en cualquier momento todo puede saltar por los aires y debemos estar preparados. Yo por si acaso….

Y en ese momento saca una enorme pistola del bolsillo de su pantalón, le quita el cargador y me la pone en la mano.

    -Esto es fabricación nacional

Después la toma de nuevo y me apunta con el cañón a la cabeza. Ríen.

     -Está bien, te dejaré una ropa e iremos a Akçakale, hoy hay fiesta -dice Kadir

Son las últimas noches de Ramadán y todos los comercios de la ciudad están abiertos hasta la madrugada. Con los Gypsi Kings en el coche a todo volumen deambulamos por la ciudad: primero vamos a un lugar donde juegan a las cartas y fuman cachimba, después comemos una asquerosa pizza con sabor a plástico y por último, a las 2 de la madrugada, entramos a una tienda de ropa para bebés.

     -Es para que mi mujer no me riña -confiesa Kadir, mientras pone los dos vestidos que ha comprado sobre el mostrador. -Me alegra que estés aquí esta noche- y justo antes de darle las gracias me aclara – gracias a que has venido he tenido una excusa para salir de casa.

A la mañana siguiente ninguna novedad, pinchazo y una lluvia torrencial auguran un mal día, además he despertado con dolor de garganta, creo que estos tés hirviendo no le hacen bien a mi campanilla. Kadir llama a un hotel de la ciudad y me lleva en coche. Ponemos la bicicleta en el asiento trasero y dejamos una puerta abierta que estará así todo el trayecto, en plena carretera. Antes de salir de la casa hago algunos malabares para sus hijos y al terminar una de las niñas viene corriendo a abrazarme.

    -Estamos muy contentos de que hayas venido -dice Kadir-. Lo tomaré como un halago, pues al menos no ha dicho lo de “así he tenido excusa para salir de casa”.

Reservo dos noches en el único hotel de Akçakale, que está en el mismo lugar por donde pasé el día anterior, justo en frente del muro que separa a la ciudad de la frontera con Siria, unos metros más arriba de la enorme puerta por donde se cruza al país. En 2012, al año de comenzar la guerra, los rebeldes sirios lanzaron una bomba en esta ciudad asesinando a varias personas. Desde la ventana de mi habitación veo todo el recinto, apenas algunos policías y algún que otro coche que pasa de tanto en tanto, también hay una ambulancia. En el lado sirio todo se ve bastante tranquilo, nadie diría que llevan trece años en guerra.


[...]

 

Poco antes de salir de la provincia árabe de Sanliurfa, otra familia me invita a pasar la noche en casa. Hasin, el padre, me ofrece una túnica, yo pienso que está de broma hasta que en un tono serio:

     -Póntela, vamos a la mezquita a rezar.

Los hijos le dicen algo como.

    -Déjate de tonterías. No le hagas caso

Al día siguiente, domingo, me invitan a pasar un día más en la casa.

     -Hoy es la boda de nuestra prima, dice Iusuf, uno de los siete hijos de Hasin. ¿Quieres venir?

     -Vale, pero no conozco de nada a tu prima. ¿No se molestará alguien?

     -Va todo el mundo.

Llegamos a una especie de salón comunitario donde los hombres se reúnen en la preboda. El padre de la novia saluda uno a uno a los asistentes y Iusuf viene a contarme algo.

    -He hablado con mi tío, se alegra de que estés aquí.

Las bodas árabes difieren bastante de las europeas. Una vez todos los asistentes están en el salón, se nos invita a arroz y habichuelas, en un banquete de apenas media hora, después todo el mundo sale a la calle y toman los coches para ir a casa de la novia, que este caso vive en el campo. Circulan por los caminos a toda velocidad, levantando polvo y chinas, con medio cuerpo sacado por las ventanillas, agitando pañuelos, con la música a todo volumen mientras las mujeres, que ya se han unido, hacen el famoso grito a lengua: “alalalalaalalala”

Llegamos a la casa de la novia. Varios tipos me ofrecen marihuana, no sé por qué. Una vez salen los novios de casa de los padres de la esposa el protocolo es claro; como si lo estuvieran esperando, varios hombres sacan sus pistolas del bolsillo y comienzan a disparar al aire. Todo el suelo acaba lleno de casquillos. La boda ha terminado. Ahora esa pareja irá a vivir junta, muy probablemente con los padres del marido de donde se emanciparán una vez tengan los primeros tres o cuatro hijos.


[...]

 

Cuando en un pequeño pueblo pregunto para dormir en la mezquita el imam me mira fijamente a los ojos y sin titubear me invita a su casa dormir, es como si me estuviese esperando

     - Es un honor que estés en nuestra casa esta noche. En el islam hay un dicho: cuando un invitado llega trae diez bendiciones con él, deja nueve en la casa y se lleva una. Mi hermana tiene una enfermedad en los ojos y hace unos días soñó que alguien de muy lejos vendría a nuestra casa y curaría su enfermedad.

    - Espero que se cure entonces. Insallah (que Dios lo quiera)

Mañana siguiente, media hora de camino y pinchazo, además ya no me quedan cámaras. Paro en un instituto y los maestros me invitan a fanta y cocacola, cuando veo que empiezo a ser el mono de feria de los docentes meto prisa para que me digan donde hay un mecánico. El chofer del autobús, que lleva a varios maestros cada día al instituto, se ofrece a llevarme a la ciudad de Idil y dos de las profesoras se ofrecen a llevarme al mecánico en la ciudad. Paso todo el día con la de inglés, Xelat, que en kurdo significa “regalo”. Guapísima. A la noche encuentro a un profesor de alemán que me ofrece dormir en su academia. En el Kurdistán nunca se está solo.

A 15 kilómetros de la frontera con Irak pregunto para dormir en otra mezquita en la que será mi última noche en Turquía después de dos meses y medio. En el pueblo hay un ambiente extraño, los niños están algo agresivos a mi llegada: gritan, jadean… Me recuerda a aquellos pueblos de árabes en Sanliurfa.

El imam accede a que me quede en la mezquita, sin gran amabilidad. En un pequeño paseo por el pueblo pregunto para ver si alguien tiene internet, una familia se ofrece a darme pero al interaccionar con algunos de los niños el padre corta en seco. Me vuelvo a la mezquita y el imam me invita a cenar en su jardín, ellos ya han cenado así que me sienta en una mesa y empiezan a sacarme platos de comida, algo incómodo para mí. Apenas me meto la primera cucharada de arroz en la boca alguien llama a la puerta exterior metálica, abren y aparecen dos militares, uno de ellos, el superior me mira fijamente y me pide el pasaporte en inglés mientras el otro se coloca detrás de mí, de pie y con el fusil en las manos.

    - ¿Hay algún problema? -pregunto

    - Sí, si lo hay, debes irte de aquí, este lugar no es seguro para ti. Vendrás con nosotros, te llevaremos a un hotel. ¿A dónde vas?

   -Mañana entraré a Irak

El jardín empieza a llenarse de gente: el muhtar, un hombre muy mayor, el propio imam… parecen las principales personalidades del pueblo que no dudan en hacerle la pelota a los militares y reírles todos los chistes. Parece algo habitual que deambulen por aquí y creo que mi llegada ha sido una buena excusa para hacer acto de presencia.

     -De acuerdo voy a la mezquita a por mis cosas

     -No, no. Cena, después nos iremos – a mi ya se me ha ido el hambre.

Tomo unas cucharadas de arroz a medida que la situación se destensa, finalmente el imam trae té, el tipo del fusil baja el arma y se sienta también a la mesa. Todo acaba en un tono más que amistoso.

Cuando vuelvo con mis cosas hay una pick-up en la puerta, preparada para cargar mi bicicleta. Nos montamos en el coche y nos vamos hacia Silopi, una ciudad a unos 10 kilómetros. Hacen varias llamadas a hoteles y parece que todos están completos o cerrados, pues son las 11 de la noche. Pasamos la ciudad y paramos en el control de aduanas.

    -Bueno Ilde, no vas a entrar a Irak a estas horas, más aún teniendo que hacer el visado. En cuanto estos tipos te “liberen” buscas un lugar para acampar.

Craso error, el militar que me custodia da mi pasaporte a otro y se dirige de nuevo a mí.

    -Vas a entrar a Irak ¿no? Acompaña a este hombre, vas a cruzar esta misma noche 

Genial...






Boda árabe











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